La Copa Mundial de la FIFA 2026 llega a México con una promesa brillante y una factura que muchos prefieren mirar de reojo. Serán trece partidos distribuidos en Ciudad de México, Guadalajara y Monterrey. Puede parecer poco en comparación con la agenda de Estados Unidos, pero en expectativas y presión política equivale a mucho más. El país afronta inversiones que rondan entre dos mil quinientos y tres mil millones de dólares, centradas en modernizar infraestructura existente. La apuesta no está en construir estadios nuevos, sino en dejar un legado urbano que trascienda las pocas semanas del torneo.

El sueño es colectivo, aunque la pregunta de quién paga sigue abierta. El presupuesto no es menor y, como sucede en todo Mundial, la discusión se mueve entre la ilusión popular y la aritmética de la deuda.

Quién pone el dinero

Los estadios como escaparates de modernidad

Estadio Azteca. Foto: Depositphotos

El Estadio Azteca se ha convertido en el símbolo de este proceso. Las cifras oficiales sobre su remodelación no coinciden, se mueven desde poco más de mil millones hasta superar los tres mil millones de pesos mexicanos (aproximadamente cerca de 160 millones de dólares). Lo único claro es que el patrocinio de Banorte, estimado en más de dos mil cien millones, dará nombre al recinto y aliviará parte del gasto. Más allá del debate contable, la renovación promete un salto tecnológico con conectividad masiva, pantallas de gran formato y sonido envolvente.

En Guadalajara, el Estadio Akron necesitaba menos ajustes, aunque de todas formas se destinaron más de doscientos cincuenta millones de pesos a mejoras de iluminación, sonido y césped híbrido. En Monterrey, el BBVA afronta una inversión mucho más modesta, cercana a tres millones de dólares. Lo importante no es solo cumplir con los requisitos de la FIFA para el torneo, sino garantizar que estos estadios tengan un calendario de eventos rentables en los años posteriores.

Estadio Akron. Foto: Wikipedia

Las ciudades como protagonistas del gasto

La capital del país se lleva el mayor esfuerzo presupuestal. Se han destinado miles de millones de pesos al tren ligero, al sistema de cámaras de seguridad y a la modernización del Aeropuerto Internacional. Además, se suman recursos extraordinarios para vialidades y obra pública en torno al Estadio Azteca.

Guadalajara acelera la construcción de la Línea 5 del tren ligero, mientras el aeropuerto recibirá más de siete mil millones de pesos en inversión. También hay dinero público para mejorar el Centro Histórico y vialidades clave que conectan con el estadio.

En Monterrey, el Mundial se incorpora a un ambicioso plan sexenal de ciento cincuenta mil millones de pesos. Solo en movilidad se han comprometido cincuenta y ocho mil millones y otros veinte mil millones se reservan para la carretera Interserrana. El calendario de FIFA exige que todo esté listo en abril de 2026, lo que empuja a gobiernos locales a ejecutar proyectos a contrarreloj.

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Los costos invisibles

Más allá de la obra pública, existe un gasto silencioso en seguridad y operación logística. Habrá que desplegar decenas de miles de elementos en coordinación trinacional y, solo en la capital, se prevé capacitar a más de medio millón de trabajadores del sector de los servicios. Monterrey incluso creó un fideicomiso especial para financiar la promoción turística. Las cámaras que se instalen no desaparecerán tras el Mundial, lo que implica un gasto recurrente en mantenimiento.

La promesa del retorno

Turismo y derrama esperada

Las autoridades hablan de entre cinco y cinco millones y medio de visitantes, una cifra que incluye tanto nacionales como extranjeros. La Ciudad de México espera por sí sola más de cinco millones de aficionados, ya que ahí se jugará el partido inaugural. Los cálculos anticipan un crecimiento de cuarenta y cuatro por ciento en llegadas y casi cincuenta por ciento en gasto por visitante.

Para absorber la demanda, Guadalajara sumará al menos siete nuevos hoteles a los más de treinta mil cuartos disponibles. Monterrey prevé un aumento de sesenta por ciento en la ocupación y las plataformas de hospedaje temporal jugarán un papel crucial. La experiencia se plantea digital, con boletaje sin efectivo, conectividad garantizada y una aplicación que funcionará como guía en tiempo real.

Empleo que se crea y se esfuma

El Mundial también promete puestos de trabajo. En turismo se calculan veinticuatro mil empleos directos y en infraestructura otros ciento veintiocho mil. Guadalajara prevé más de cuarenta mil entre permanentes y temporales. Los restaurantes, por su parte, incrementarán sus plantillas entre diez y veinte por ciento. Sin embargo, la mayoría de esas plazas son temporales. El verdadero impacto en el mercado laboral dependerá de si las inversiones en aeropuertos, transporte y hoteles generan actividad sostenida una vez que termine el torneo.

El torneo impulsa el consumo en sectores muy localizados. Restaurantes cercanos a estadios y corredores turísticos calculan incrementos de hasta cuarenta por ciento en ventas. También se espera un repunte en transporte de última milla, en comercio minorista y en empresas tecnológicas que ofrecen soluciones de conectividad y gestión de multitudes.

La aritmética incómoda

Proyecciones que no se ponen de acuerdo

Calcular el impacto real de la Copa Mundial de la FIFA 2026 es un ejercicio de incertidumbre. Algunos estudios hablan de quinientos millones de dólares, mientras otros elevan la cifra a tres mil seiscientos millones. Firmas consultoras como BCG estimaron beneficios netos de entre noventa y cuatrocientos ochenta millones por ciudad, mientras que la Secretaría de Turismo calculó más de mil millones. Hay incluso escenarios que proyectan entre tres y siete mil millones de dólares en derrama directa. La brecha es tan grande que refleja un problema de expectativas, más que de cuentas.

Boletos caros y exclusión social

El Mundial corre el riesgo de convertirse en una fiesta exclusiva. Los paquetes de hospitalidad arrancan en treinta y cuatro mil pesos mexicanos y pueden superar los novecientos mil. En un país donde el salario mínimo anual es equivalente a un boleto, la desigualdad se vuelve un tema inevitable. Brasil 2014 mostró el costo político de este escenario. Para México, el reto será garantizar espacios de convivencia abiertos, desde Fan Fests gratuitos hasta pantallas públicas que permitan a todos vivir el evento.

El valor de compartir sede

Ser parte de un Mundial trinacional también tiene beneficios estratégicos. El T-MEC potencia la llegada de turistas de alto gasto y ofrece a México la oportunidad de exhibir capacidad logística y confiabilidad operativa. Si la organización es impecable, el país no solo se venderá como destino turístico, sino como una plataforma confiable para las cadenas de suministro del nearshoring.

La experiencia de Brasil en 2014 y de Sudáfrica en 2010 demuestra que los impactos suelen ser más modestos de lo prometido y que los estadios corren el riesgo de convertirse en elefantes blancos. México debe asegurarse de que los recintos tengan un calendario de uso intenso en conciertos, ferias y convenciones, y de que las obras de movilidad se integren a planes metropolitanos de largo plazo.

Quién paga y quién disfruta

El Mundial mexicano es financiado por una mezcla de erario local, contribuyentes, clubes y, en última instancia, los aficionados que compran boletos y consumen durante el evento. La cuestión no es solo quién paga, sino también quién aprovecha.

El reto es garantizar que los estadios y la infraestructura se usen más allá del torneo. La inversión debe transformarse en activos productivos, no en templos vacíos.

El torneo será exitoso si la gente común puede participar. Fan Fests de calidad, programas culturales y acceso gratuito a espacios colectivos son piezas clave para evitar que el evento se perciba como una fiesta ajena.

Pequeñas y medianas empresas necesitan apoyo para integrarse a la cadena de valor. Portales de proveedores, programas de financiamiento y capacitación pueden democratizar los beneficios y evitar que el torneo sea solo negocio de grandes corporaciones.

México compra un sueño caro, pero con potencial de retorno. La pregunta sigue abierta: si la inversión se convierte en legado productivo, el Mundial valdrá la pena. Si se queda en deuda y sobrecostos, la fiesta será breve y la resaca larga.

Foto de la portada: Depositphotos