La Copa Mundial de la FIFA 2026 marcará un antes y un después en la historia del fútbol. Con 48 selecciones y 104 partidos, será el torneo más grande jamás organizado. Estados Unidos asumirá la mayor parte de los encuentros, incluida la final, pero México y Canadá también tendrán su cuota de protagonismo. Ambos países albergarán 13 partidos cada uno y lo harán con objetivos muy distintos. México recibirá el honor de inaugurar la competencia en el mítico Estadio Azteca, mientras Canadá, por primera vez, se estrenará como anfitrión de la cita máxima.
Aunque las cifras sitúan a ambos en un papel secundario frente al gigante estadounidense, la historia que quieren contar es propia. México aspira a la renovación, Canadá a la creación. La misma competición, pero dos horizontes distintos que revelan cómo un megaevento puede adaptarse a realidades nacionales tan diversas.
México, la fuerza de la herencia
Para México, el Mundial es un capítulo más en una historia gloriosa. Convertirse en el primer país en acoger tres Copas del Mundo coloca a la nación en un pedestal simbólico. El Estadio Azteca, escenario del partido inaugural, se transformará en el único recinto del planeta en haber albergado tres ceremonias de apertura mundialistas. Esa carga histórica no es una anécdota: es el corazón de la narrativa mexicana.
La ambición es utilizar el torneo para redefinir su imagen global. Modernizar infraestructura, impulsar reformas deportivas y mostrar un rostro innovador ante el mundo. Una operación que combina orgullo, estrategia política y aspiración de futuro.
Inversiones millonarias y riesgos latentes
El impacto económico proyectado varía enormemente: desde 500 millones hasta 7,600 millones de dólares. En paralelo, las inversiones anunciadas superan los millones de dólares solo en infraestructura urbana y deportiva. Monterrey encabeza la lista, con proyectos de movilidad y turismo que superan los 8,000 millones de pesos mexicanos. Guadalajara moderniza su centro histórico y el Azteca recibe una remodelación valuada en más de 160 millones de dólares.
El efecto inmediato se percibirá en el empleo. En Monterrey se estiman 7,000 plazas directas y en sectores como bares y restaurantes las ventas podrían crecer un 40%. Sin embargo, el riesgo de crear “elefantes blancos” sobrevuela cada obra. La sostenibilidad del legado dependerá de si esos proyectos se integran realmente en la vida urbana una vez que el último silbatazo haya sonado.
Reformar el fútbol desde dentro
El Mundial también es una palanca para transformar la estructura futbolística nacional. La Federación Mexicana impulsa una reconfiguración que incluye exportar jóvenes talentos a Europa desde edades tempranas, imponer más minutos para juveniles en la Liga MX y elevar el estándar de formación de entrenadores. Se busca romper con la dependencia de amistosos sin exigencia y preparar a la selección para competir en la elite.
Ese esfuerzo técnico se complementa con torneos juveniles y la creación de un consejo asesor con exfutbolistas y entrenadores de prestigio. El objetivo es claro: dejar de lado la complacencia y consolidar a México como potencia real, no solo histórica.
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Canadá, el estreno de una nueva identidad
Para Canadá, el Mundial es una página en blanco. El país nunca había organizado la versión masculina del torneo y lo concibe como un catalizador histórico. Su visión no se ancla en el pasado, sino en el futuro: construir una cultura futbolística masiva que complemente su tradición en hockey o baloncesto.

Las cifras son contundentes: un impacto económico de 3,800 millones de dólares canadienses y más de 24,000 empleos. Pero la polémica acompaña al entusiasmo. Toronto y Vancouver enfrentan sobrecostos que disparan el gasto a más de 860 millones de CAD. La presión política es fuerte, al punto de obligar a crear nuevos impuestos, como el gravamen del 2.5% a los alquileres temporales en Vancouver.
Consolidar ligas y selección
En paralelo, el torneo coincide con la maduración de la Canadian Premier League y el lanzamiento en 2025 de la Northern Super League, primera liga femenina profesional del país. Ambas estructuras apuntalan el objetivo de dejar un legado deportivo que sobreviva mucho más allá de julio de 2026.
La selección nacional, que volvió a un Mundial en 2022 tras 36 años de ausencia, aprovechará la clasificación automática para medir fuerzas con potencias internacionales y fortalecer un plantel que quiere llegar más allá de la fase de grupos. El reto no es solo jugar en casa, sino demostrar que Canadá puede competir al máximo nivel.
Diversidad como bandera
La narrativa canadiense se centra en la diversidad y la inclusión. Toronto, una de las ciudades más multiculturales del planeta, será epicentro de esa imagen. Los Fan Festivals y las mejoras urbanas buscan dejar un legado tangible en transporte, espacios públicos y cohesión comunitaria.

El riesgo, sin embargo, está en la percepción pública. Si los beneficios no compensan los costos, la presión política y social podría empañar el relato de nación progresista. El Mundial pondrá a prueba la coherencia entre los valores que Canadá promueve y su capacidad de materializarlos bajo la lupa global.
Entre riesgos y oportunidades
Aunque Estados Unidos acapare la mayoría de los partidos, México y Canadá cuentan con un arma estratégica: políticas migratorias más accesibles y costos más bajos para turistas internacionales. Esa ventaja puede traducirse en un flujo de visitantes mayor al esperado, con beneficios que excedan su cuota de encuentros.
Los riesgos, sin embargo, son distintos. México enfrenta la carrera contra el tiempo para terminar obras, la amenaza del crimen organizado y la necesidad de protocolos sanitarios ante millones de visitantes. Canadá, en cambio, lidia con sobrecostos, posibles impactos ambientales como los incendios forestales y dudas sobre la seguridad en estadios.
Dos caminos, un mismo Mundial
El legado no será uniforme. Para México, el éxito se medirá en su capacidad de modernizar infraestructura, reformar el fútbol y proyectar una marca país renovada. Para Canadá, el objetivo es sembrar un deporte en crecimiento, consolidar ligas profesionales y mostrar al mundo una nación diversa y abierta.
El 19 de julio de 2026, cuando se juegue la final en Nueva Jersey, no solo terminará el torneo más grande de la historia. Comenzará también una nueva etapa para dos países que, con miradas diferentes, encontraron en el mismo evento la oportunidad de transformarse para siempre.