En junio de 2026, cuando Toronto se convierta en una de las sedes de la Copa Mundial, la ciudad no solo presentará a la selección masculina de Canadá, sino también un estadio renovado que busca inaugurar una nueva etapa deportiva. El BMO Field, rebautizado temporalmente como “Toronto Stadium” para la FIFA, atraviesa la transformación más ambiciosa de su historia: una modernización que combina ajustes temporales con una visión de largo plazo.
El costo es alto, y también lo son las expectativas. Para Toronto, ser sede de seis partidos del Mundial —incluido el debut de Canadá el 12 de junio— no se trata únicamente de noventa minutos de fútbol. Se trata de convertir un recinto frente al lago en un escenario capaz de captar la atención del planeta y, después, servir a la ciudad mucho más allá del pitazo final.
Aumentar capacidad sin sobredimensionar
La transformación más evidente es numérica: de 30.000 a 45.000 asientos. El reto está en añadir 17.000 plazas temporales, repartidas entre una gran estructura en el extremo norte y otra en el sur. Es una jugada típica de los Mundiales: expandir para la ola de aficionados y luego reducir antes de que esa capacidad extra se convierta en una carga diaria para el Toronto FC o los Argonauts.
Para los fanáticos, significará un estadio más compacto, con gradas más inclinadas y la energía de un público casi un 50 % mayor. Para los planificadores urbanos, la pregunta sigue siendo la misma: ¿cómo crecer para un evento único en una generación sin crear después un “elefante blanco”?
Una renovación detrás de cámaras
Los torneos internacionales exigen mucho más que asientos. El interior del BMO Field se está transformando para recibir a los mejores equipos del mundo. Los vestuarios se reconstruyen bajo los estrictos estándares de la FIFA. Las áreas de entrenamiento y recuperación se modernizan, mientras que el cableado y la infraestructura de cámaras se refuerzan para transmitir al planeta el evento deportivo más visto del mundo.
El público quizá no note el acero ni los cables que sostienen la transmisión, pero sí verá cuatro nuevas pantallas gigantes en las esquinas y sentirá el impacto de un sistema de audio e iluminación renovado, pensado para modernizar la atmósfera.
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Una experiencia de afición para la década de 2020
Las concesiones siempre han sido un punto débil en los estadios canadienses. Esta vez, Toronto apuesta por la tecnología. Nuevos puestos de autoservicio con visión computarizada e inteligencia artificial generativa agilizarán la compra de cervezas y hamburguesas. Una gran cocina en el lado oeste y más puntos de venta buscarán reducir las colas que frustran a los asistentes.
La conectividad será otro pilar. La actualización del Wi-Fi quizás no luzca tanto como una pantalla gigante, pero resulta esencial: en 2026 nadie tolerará que un gol se quede “cargando” al subirlo a Instagram.
Las áreas premium también tendrán un cambio de imagen. Un nuevo lounge en la zona oeste, suites renovadas y flamantes palcos en el norte amplían la oferta de alto nivel. Tras el torneo, el estadio sumará una terraza en la azotea con capacidad para mil aficionados, que será al mismo tiempo un mirador de la ciudad y una fuente de ingresos.
Una coalición de actores y financiadores
La lista de oradores en el anuncio lo dijo todo: la alcaldesa Olivia Chow, directivos de MLSE, representantes de la Asociación Canadiense de Fútbol y organizadores del torneo compartiendo escenario. El mensaje fue claro: este es un proyecto cívico, empresarial y nacional al mismo tiempo.
El financiamiento también lo refleja. La ciudad aportará unos 123 millones de dólares, mientras que MLSE contribuirá con unos 23 millones. A cambio, ambas partes acordaron un modelo de reparto de ingresos: hasta 10 millones se dividirán en partes iguales; lo que supere esa cifra favorecerá a la ciudad con un 60 %.
Pero la factura global es más alta. Los costos de ser sede para Toronto han escalado hasta unos 380 millones, muy por encima de las estimaciones iniciales de 2018, que rondaban entre 30 y 45 millones. Se espera que los gobiernos federal y provincial aporten cerca de 100 millones cada uno.

¿Por qué vale la pena el riesgo?
Las proyecciones económicas de Deloitte muestran el posible beneficio: el Mundial podría generar hasta 940 millones en producción económica regional, incluidos 520 millones en PIB, 340 millones en ingresos laborales y 25 millones en ingresos fiscales. En total, se calcula que unas 6.600 plazas laborales estarán vinculadas al evento entre 2023 y 2026.
Las previsiones nunca son certezas. Pero subrayan lo que está en juego: la posibilidad de que el Mundial actúe como un motor económico, una vitrina global para Toronto y una justificación para una costosa remodelación del estadio.
Seis partidos, un capítulo inaugural
La recompensa para Toronto serán seis partidos, incluido un momento histórico: la selección masculina de Canadá jugando en casa como anfitriona de un Mundial por primera vez el 12 de junio de 2026. También está confirmado un duelo de octavos de final el 2 de julio.
Esas fechas colocarán a Toronto bajo la mirada del mundo, pero también bajo presión. Cualquier contratiempo —retrasos en la construcción, fallas técnicas, problemas de transporte— se amplificará. El Mundial es implacable: lo ven miles de millones y la reputación está en juego.
Más allá del torneo, sembrar un legado
Las mejoras están pensadas para perdurar después de julio de 2026. Un mejor Wi-Fi, pantallas de alta definición, concesiones más rápidas y suites renovadas elevarán el estándar del estadio. Vestuarios de nivel internacional y una cancha de clase mundial permitirán a Toronto competir por más eventos, desde finales de rugby hasta amistosos internacionales.
Incluso la terraza en la azotea tiene un componente de legado: será un nuevo espacio social, una forma de conectar el estadio con la cultura veraniega de terrazas en la ciudad, además de una fuente de ingresos que no depende de los dos inquilinos principales.
La oportunidad de Toronto para brillar
Cada ciudad sede cuenta una historia distinta. La de Toronto será la del equilibrio: asientos temporales en lugar de excesos permanentes, mejoras focalizadas en lugar de espectáculos efímeros. La apuesta es que esta mezcla de pragmatismo y ambición le dé a la ciudad un mes mágico en 2026 y una década de beneficios posteriores.
Si las proyecciones se cumplen o no, solo el tiempo lo dirá. Lo que sí es seguro es que, cuando Canadá inicie su camino en el Mundial en el BMO Field, Toronto será juzgada no solo por cómo juegue el equipo, sino también por cómo organizó el espectáculo.
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