El Estadio Azteca ha sido mucho más que un escenario deportivo. Es una cápsula del tiempo que guarda medio siglo de gloria, goles y emociones que definieron generaciones. Desde que abrió sus puertas en 1966, ha sido testigo de hazañas imposibles, de Pelé y Maradona, y de millones de gargantas que lo han hecho temblar.

Ahora, cuando México se prepara para recibir la Copa Mundial de la FIFA 2026 junto a Canadá y Estados Unidos, el coloso de Santa Úrsula vive una transformación profunda. Su renovación no solo busca cumplir con los estándares de la FIFA, sino también reconciliar su historia con el futuro.

Un templo con tres vidas mundialistas

En la historia del fútbol, ningún otro estadio puede presumir lo que está a punto de lograr el Azteca. En 1970 vio la consagración de Pelé con Brasil frente a Italia. Dieciséis años más tarde fue escenario de la “Mano de Dios” y del “Gol del Siglo” de Maradona. En 2026, abrirá una vez más la Copa del Mundo y con ello se convertirá en el único recinto en albergar tres ediciones del torneo.

Su legado no se mide solo en trofeos. También en el eco de sus tribunas, en su peso simbólico y en la conexión casi mística que mantiene con la afición mexicana. Es el corazón del fútbol latinoamericano, y su modernización pretende asegurarle varias décadas más de vida.

La factura del renacimiento

El renacer del Azteca tiene un precio que supera los tres mil millones de pesos mexicanos (aproximadamente 162 millones de dólares). El proyecto, impulsado por Ollamani, empresa propietaria del Club América y administradora del estadio, se sostiene en un ambicioso esquema financiero.

En 2025, Banorte otorgó un crédito de dos mil cien millones de pesos mexicanos a cambio de derechos comerciales sobre el nombre del recinto, que ahora será conocido oficialmente como Estadio Banorte. El resto de la inversión proviene de fondos propios de Ollamani, que destinó cerca de mil quinientos millones de pesos adicionales.

Durante 2024 se realizaron demoliciones parciales y se sustituyó el terreno de juego. En 2025, la mayor parte del presupuesto se ha concentrado en nuevas gradas, sistemas tecnológicos y espacios VIP.

El cambio de nombre generó controversia entre los aficionados, que sienten que el Azteca pertenece a la memoria colectiva del país. Sin embargo, los directivos argumentan que sin esa alianza financiera habría sido imposible cumplir con las exigencias de la FIFA y garantizar la inauguración del Mundial en suelo mexicano.

Un nuevo rostro arquitectónico

Remodelación del Estadio Azteca. Foto: Infobae

La renovación ha implicado un equilibrio delicado entre tradición y modernidad. El diseño original de Pedro Ramírez Vázquez se mantiene como base, pero la estructura interna y las gradas están siendo completamente reconfiguradas.

El aforo crecerá hasta 90 mil espectadores, con asientos plegables, pasillos más amplios y accesos adaptados para personas con discapacidad. Bajo las tribunas, los vestidores se han reconstruido desde cero, con un nuevo túnel central que permitirá el ingreso directo de los equipos al campo, como exigen los estándares internacionales.

El césped será híbrido, con tecnología que permite su ventilación y drenaje inteligente. La superficie estará lista para soportar más de 300 eventos anuales sin deteriorarse, desde partidos de fútbol hasta conciertos multitudinarios.

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Tecnología y experiencia inmersiva

El Estadio Azteca no solo busca brillar por su historia, sino por su salto tecnológico. Se instalaron pantallas gigantes de alta definición y un sistema de iluminación LED de última generación. Además, el estadio contará con conectividad Wi-Fi 6, una red de 2.200 metros cuadrados de pantallas y una aplicación móvil que permitirá acceder a menús, estadísticas y servicios en tiempo real.

El objetivo es ofrecer una experiencia de estadio comparable con la de los recintos más modernos de Europa y Estados Unidos.

La otra cara del proyecto

No todo ha sido celebración. Las obras han generado un intenso debate en la Ciudad de México. Los vecinos de las colonias cercanas reclaman afectaciones por el caos vial, el ruido y la escasez de agua. También temen que el nuevo estadio detone un proceso de gentrificación que encarezca la vida en la zona.

Las promesas de diálogo y consulta pública quedaron a medio camino. Muchas mesas de trabajo fueron suspendidas y los residentes acusan al gobierno capitalino de haber priorizado los intereses empresariales sobre los comunitarios.

A las tensiones sociales se suma el conflicto con los dueños de palcos y plateas, quienes adquirieron sus espacios hace más de medio siglo con contratos de 99 años. Afirman que sus derechos han sido vulnerados y que se les pretende imponer un reglamento nuevo con cobros adicionales durante el Mundial. La disputa ya llegó a los tribunales.

Estas controversias, junto a los retrasos en la obra, mantienen viva la incertidumbre sobre si el estadio estará completamente listo para el partido inaugural del 11 de junio de 2026.

Banorte y el modelo de negocio del fútbol moderno

El nuevo nombre del estadio simboliza la transformación de la industria deportiva mexicana. Lo que antes fue un ícono cultural, hoy se mueve dentro de una lógica corporativa en la que la marca y la rentabilidad pesan tanto como la historia.

Para Banorte, la alianza con Ollamani es una apuesta de visibilidad y prestigio. Para el fútbol mexicano, representa un cambio estructural hacia un modelo en el que los grandes recintos se gestionan como empresas de entretenimiento.

El Azteca, sin embargo, mantiene un desafío particular: no perder su esencia en el intento de volverse global. Los nostálgicos temen que el “Coloso de Santa Úrsula” se convierta en un espacio más del mercado, pero sus promotores confían en que el equilibrio entre memoria e innovación puede lograrse.

La cuenta regresiva hacia la reapertura

La reapertura está prevista para marzo de 2026, con un partido entre México y Portugal que servirá como ensayo general antes del Mundial. La posibilidad de ver a figuras como Cristiano Ronaldo en ese encuentro ha desatado la expectación.

Tres meses después, el 11 de junio, el balón rodará en el primer encuentro mundialista y el Estadio Azteca volverá a vibrar.

Entre la memoria y el porvenir

Modernizar el Azteca implica tocar una fibra emocional del país. No se trata solo de reconstruir un recinto, sino de reinterpretar un símbolo que forma parte del ADN mexicano.

El Mundial 2026 marcará su tercera vida. El estadio que vio reír a Pelé y llorar a Maradona abrirá sus puertas a una nueva generación que lo descubrirá transformado, más tecnológico, más cómodo y más verde.

Quizás distinto, pero todavía capaz de estremecer con el mismo rugido de siempre. En ese eco interminable está su verdadera renovación: la de un coloso que no envejece, solo se reinventa.

Foto de portada: Depositphotos