A poco más de una hora de viaje desde la ciudad de Camagüey, el paisaje se transforma: los campos se abren, el aire se vuelve salino y, de pronto, el horizonte se tiñe de azul. Así comienza el camino hacia Santa Lucía, una playa que no aparece en las postales más conocidas de Cuba, pero que guarda una autenticidad que seduce a quien la descubre.
Con 20 kilómetros de arena blanca y aguas color jade, Santa Lucía es uno de los destinos de sol y playa más singulares del país. Aquí no hay multitudes ni prisa: los días transcurren entre paseos al amanecer, el vuelo de los flamencos sobre los manglares y la calma de un mar protegido por una de las barreras coralinas más impresionantes del Caribe.
Lejos del bullicio de los grandes polos turísticos, este enclave de la costa norte de Camagüey se ha convertido en una joya discreta para quienes buscan naturaleza intacta, experiencias locales y una Cuba que conserva su ritmo pausado. Santa Lucía no promete estridencias, sino tiempo, silencio y mar.
Un paraíso poco transitado

Santa Lucía no tiene la escenografía masiva ni el ritmo frenético de otros polos turísticos. Su carácter íntimo es precisamente lo que la distingue. En este tramo del litoral camagüeyano, la arena tiene un tono marfil casi perfecto y las aguas son tan transparentes que, incluso a dos metros de profundidad, se puede distinguir el fondo.
El mar aquí no ruge: acaricia. Es una franja protegida por una de las barreras coralinas más extensas del hemisferio occidental —la segunda del mundo—, lo que convierte sus aguas en una especie de piscina natural. La temperatura media oscila entre 23 °C en invierno y 28 °C en verano, condiciones ideales para nadar, bucear o simplemente flotar mirando el cielo.
Caminar sus 20 kilómetros es descubrir distintos matices del Caribe: zonas de cocoteros, pequeños tramos vírgenes donde solo se escuchan las aves, y hoteles integrados al entorno sin estridencias.
Donde los flamencos vuelan sobre el mar

Pocos lugares en el Caribe concentran una fauna tan rica en un entorno costero. Santa Lucía conserva la mayor población de flamencos rosados de la región. Al amanecer, cientos de estas aves surcan el horizonte en un espectáculo natural que parece coreografiado.
La playa está rodeada de arbustos frondosos, casuarinas y uva caleta; más tierra adentro, pequeños manglares dan cobijo a iguanas y aves migratorias. Es un escenario ideal para los viajeros que buscan algo más que broncearse: una conexión con la naturaleza en estado puro.
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El paraíso de los buceadores
Debajo de la superficie, Santa Lucía guarda su mayor tesoro. A menos de dos kilómetros de la costa se extiende una barrera de coral de más de 30 kilómetros, poblada por peces de colores, esponjas y corales que dibujan un paisaje submarino de belleza hipnótica.
El Centro Internacional de Buceo ofrece cursos para principiantes y salidas para expertos. Entre sus propuestas más populares está la inmersión junto a los tiburones toro, bajo la guía de instructores especializados. Esta experiencia, que se realiza con estrictas medidas de seguridad, es única en Cuba y ha convertido a Santa Lucía en uno de los destinos más emocionantes para el buceo en el Caribe.
Pero no todo es adrenalina. El snorkel y la fotografía submarina también tienen aquí un santuario. Los arrecifes están tan próximos a la superficie que basta con una máscara y unas aletas para encontrarse frente a bancos de peces loro o estrellas de mar.
Excursiones con alma camagüeyana
Más allá del mar, la zona ofrece rutas para explorar la cultura y la vida cotidiana del Camagüey profundo. Desde el muelle de la playa parten excursiones hacia Playa Bonita, en Cayo Sabinal, un islote casi virgen al que se llega tras una breve navegación en catamarán. Allí, los viajeros disfrutan de un almuerzo marinero y una caminata por playas desiertas donde la naturaleza manda.
Otra opción es visitar la Bahía de Nuevitas, hogar de colonias de flamencos y de una fauna marina diversa. Algunos tours combinan paseos en barco, observación de aves y visitas a antiguas plantaciones de azúcar y tabaco, ofreciendo una mirada distinta sobre la historia económica de la provincia.
Y, por supuesto, la ciudad de Camagüey merece un alto en el camino. Sus calles laberínticas, plazas coloniales y talleres de artistas locales completan una experiencia de viaje que une cultura y naturaleza.
La otra cara del descanso

Para muchos, el verdadero encanto de Santa Lucía está en lo que no tiene: aglomeraciones, tráfico, ruido. Las distancias son cortas y los días largos. Aquí se puede leer bajo una palmera, practicar yoga frente al mar o caminar descalzo durante horas sin encontrar más compañía que el viento.
En esa simplicidad radica su poder. Santa Lucía recuerda la Cuba que aún conserva su ritmo pausado, la de los pueblos donde todos se saludan y los niños juegan cerca del agua.
Aunque los servicios turísticos han crecido, el lugar mantiene una relación respetuosa con el entorno, con programas de limpieza costera y cuidado de los ecosistemas coralinos, impulsados por entidades locales y operadores internacionales.
Cómo llegar
Desde la ciudad de Camagüey, el trayecto hasta Santa Lucía toma poco más de una hora y media por carretera. La distancia es de unos 110 kilómetros, atravesando zonas rurales y pequeños poblados. Algunos viajeros optan por alquilar un auto o contratar taxis particulares, mientras otros aprovechan excursiones organizadas desde los hoteles.
Un destino para volver

Santa Lucía no busca competir con Varadero ni con los cayos de moda. Su apuesta es la autenticidad: ofrecer a quien la visita una Cuba más humana, donde el lujo no está en el tamaño del hotel sino en la calma del paisaje.
Cada tarde, cuando el sol se apaga sobre el horizonte y los flamencos vuelan de regreso a los manglares, el visitante entiende por qué tantos la llaman “un lugar para siempre volver”.
Santa Lucía es el Caribe que aún respira despacio, un refugio de serenidad, mar y vida donde cada ola parece decir que el paraíso no está perdido: simplemente se mudó un poco más al este, en la costa norte de Camagüey.
Foto de portada: Depositphotos