Apenas se pisa San Andrés puede escucharse el mar bailar. Olas expresivas danzan al ritmo de músicas nativas que transitan por los sonidos del reggae, el calipso y el socca. Del jawbone, mandíbula de caballo expuesta a la intemperie para que los dientes se aflojen y den música, se desprenden los rayos del sol. Pero la isla va más allá.

Entre tradiciones y memorias cruza el cliché del sol y la playa, logrando envolver al visitante que así lo acepte en un universo mágico donde, como parece cantarlo el artista local Jammin Jam, “la vida se escribe con agua”. Compartimos otros planes que muy pocos conocen y que le dan vida a esta isla.

HACERSE BURBUJA

Un mundo tan fascinante como el universo se esconde en las profundidades del mar. En San Andrés lo saben desde hace 16 años, cuando, en el 2000, recibieron la declaración de Seaflower de la Unesco por tener una de las barreras de arrecifes más extensas del Atlántico occidental.

Este reconocimiento, además de generar un compromiso de los isleños por la conservación de sus mares, también ha despertado la curiosidad de quienes buscan sumergirse y hacerse burbuja en las aguas cálidas y tranquilas del Caribe colombiano.

Tanto principiantes como expertos pueden realizar en la isla –también en Providencia y Santa Catalina– una inmersión. Adolfo Salinas, director del Centro de Buceo Buconos, es un compañero ideal para comenzar este viaje submarino. A los 5 años se enamoró del mar y desde hace 35 se dedica a guiar personas en esta aventura.

Desde 45 minutos –que por la relatividad del tiempo parecen 10– puede habitarse el ‘mar de los siete colores’, ese mismo donde el mirar corales duros, blandos, corales de cerebro, algas y peces coloridos se convierte en un ejercicio que, entre la biodiversidad, nos demuestra que no estamos solos.

LA GUARDERÍA DEL MAR

Desde un kayak transparente se observa la guardería del mar. En un recorrido por el Parque Regional Old Point, los visitantes pueden encontrarse de frente con uno de los ecosistemas más importantes de la Tierra: los manglares.

Estos bosques, que crecen en estuarios y litorales pantanosos, son la base de la alimentación y reproducción de una gran diversidad de especies marinas, y aunque por años en San Andrés fueron basurero, comenzaron a recuperar su brillo en 1990.

EcoFiwi, una empresa familiar que hace alusión a lo propio –Fiwi en ‘creole’ quiere decir ‘lo nuestro’– brinda un ‘tour’ por esta sala cuna que, además de ser gestadora de vida, también captura el CO2 atmosférico, uno de los mayores causantes del calentamiento global. Durante el recorrido se puede conocer la historia de las comunidades costeras y su relación con los manglares como refugios, remar en kayak y caretear.

CABALLOS Y MONTAÑAS

Una fórmula que combine caballos y montaña parecería incapaz de transportar a un visitante hasta San Andrés. Pero, convencido de la belleza de la zona rural de la isla, esa misma donde los nativos ‘veranean’, Etalberth Howard creó Native Horse, una empresa dedicada al turismo ecológico mediante cabalgatas. “Yo monto caballo desde pequeño, y en San Andrés siempre hemos cabalgado”, les responde Etalberth a quienes, sorprendidos, preguntan: “¿Cómo llegan los caballos a la isla?”.

Como jinetes, los turistas pueden descubrir la flora del archipiélago e identificar árboles como el de la fruta de pan -base alimenticia de la isla-, los almendros, el tamarindo y un árbol de canela cuyo sabor, a diferencia de otros, lo guardan las hojas.

OTROS PLANES

Disfrutar de la gastronomía: no se vaya de San Andrés sin disfrutar de la comida raizal. Puede hacerlo en las mesitas, puestos de mujeres que se ubican en el malecón de la isla, justo cuando cae el sol. Déjese tentar por un pescado frito, una torta de caracol, un pie de limón o una deliciosa torta de ahuyama.

Al ritmo del raizal: los isleños son ricos musicalmente. En septiembre, en San Andrés se realiza el Green Moon Festival. Al ritmo de la música raizal, visitantes y nativos se integran en una hermandad con el Caribe. Si usted no va en septiembre, camine por las calles sanandresanas y déjese sorprender por esos sonidos que, de repente, salen de las casas y centros culturales que, como el del Banco de la República, se convierten en un lugar de encuentro para todos.

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