San Andrés es una isla del Caribe sur, en Colombia, donde todo el año es verano. Allí el calor, los corales, peces de colores y el mar transparente o azul intenso se combinan para convertir a este sitio en uno de los destinos turísticos más importantes de la región. La isla es la capital de un archipiélago que también conforman las islas Providencia y Santa Catalina. A 775 km del territorio continental de Colombia y a dos horas de navegación de la costa nicaragüense, San Andrés tiene una historia intensa de vaivenes por su posesión.

Descubierta por los españoles y colonizada por los ingleses, recuperada por España y cedida a Colombia, aún hay una disputa no dirimida a raíz de una resolución de la Corte Internacional de La Haya, que confirma la soberanía colombiana sobre las islas pero cede las aguas y su plataforma a Nicaragua, y que Colombia no acata.

Rebosante de turistas, San Andrés tiene, sin embargo, una identidad propia sostenida por los nativos raizales , descendientes de inmigrantes africanos, esclavizados por los ingleses que habitaron el archipiélago en los siglos XVII y XVIII.

De solo 27 km cuadrados de superficie y con forma de hipocampo, San Andrés combina sin estridencias hoteles todo incluidos  y posadas; puestos de feria, negocios y duty free ; barrios que pasan de exhibir casitas de madera a casas de material y algunas casonas señoriales; iglesias católica y bautista, y mezquita; bares, restaurantes, vendedores playeros de cocada (una especie de tortita a base de coco) y manglares, cocoteros y árboles del pan en el 70 por ciento de territorio cubierto de verde. Absolutamente todo mira al mar.

Una manera de hacerlo es dando la vuelta a la isla en un city tour, que puede hacerse en coloridas chivas , colectivos típicos de Colombia, o por cuenta propia, alquilando un carrito de golf (para cuatro pasajeros) o una mulita , un vehículo un poco más grande con capacidad para seis personas.

Hay varias paradas obligadas en esta vuelta: el recorrido pasa por los barrios San Luis y La Loma, donde se establecieron los primeros poblados. Subiendo La Loma se llega al punto más alto de la isla (120 metros sobre el nivel del mar), desde donde pueden verse con claridad los múltiples tonos que toma el “Mar de los siete colores”.

Finalmente, en lo más alto de La Loma se alza la primera iglesia bautista de la isla, traída desde Estados Unidos en 1844. El campanario, al que se puede subir, salvo cuando hay servicio y mientras la estrecha escalera no sea motivo de vértigo, hace las veces de mirador privilegiado de la isla, la barrera de coral y las extensiones marinas hasta donde alcanza la vista.

De nuevo hacia abajo, el camino costero conduce a la piscina natural West View. En esta parte de la isla no hay playa, la formación coralina se corta en un acantilado y el agua tiene desde el borde una profundidad de 7 m. Por menos de dos dólares se puede ingresar al balneario y zambullirse desde un trampolín, un tobogán o, los menos osados, bajando por una escalera.

Se ven claramente peces negros que nadan alrededor del muelle. Las aguas son tan cristalinas que una atracción es sacarse una foto subacuática junto a la estatua de Neptuno o Poseidón, según la mitología que se adscriba, que se apoya en el fondo marino.

No es la única piscina natural que ofrece la isla, que combina zonas de playa con acantilados. En esta zona más pobladas de corales, hacia el extremo sur, se encuentra otras de las atracciones turísticas del lugar, el Hoyo Soplador, algo así como un géiser que, por efecto del agua que las olas arrastran por una serie de túneles en el coral, lanza un chorro de unos 15 metros de altura, siempre y cuando la marea esté alta y haya oleaje suficiente.

TRAS LOS PASOS DE MORGAN

Otra parada posible en el recorrido es La Cueva de Morgan, un complejo donde, dice la leyenda, todavía permanece oculto el tesoro del pirata galés Henry Morgan, que se abastecía en las islas del archipiélago para azotar los barcos españoles y, con patente de corsario, robar para la Corona y –de paso– para sí mismo. El complejo incluye los museos del Coco y Pirata, la Galería de Arte Nativo, la réplica de un barco pirata y la cueva, a la que es posible bajar para descubrir que hasta allí llega el agua del mar.

El recorrido termina, merecidamente, en Rocky Cay, una hermosa playa en San Luis, con arena blanca y palmeras. A unos 100 metros desde la orilla hay una pequeña isla de coral y, muy cerca, el casco abandonado de un barco que encalló en el arrecife. Al islote se llega caminando, con el agua que no supera la cintura. Dos recomendaciones fundamentales: calzar zapatillas de agua para no lastimarse con las piedras coralinas (se consiguen por unos 6 dólares en hoteles, negocios y playas) y antiparras o máscara de snorkel: basta bajar la vista unos centímetros para descubrir un maravilloso mundo de peces de colores y plantas marinas.