La muerte de Adalberto Álvarez, uno de los músicos cubanos más conocidos e interpretados en el mundo, conmocionó a un país que bailó durante décadas con las geniales canciones de este inigualable y carismático creador.

Conocí al “Caballero del Son” personalmente en 2008, cuando tuve la oportunidad de escribir el guion para la entrevista que concedió al programa televisivo “Privadamente público”, dirigido y conducido por Raúl Garcés. “El Maestro”, como todos le decían, compartió en ese diálogo, de media hora, recuerdos de su vida, nos contó cómo componía sus canciones, reconoció cuál era su tema favorito y admitió su amor por La Habana, Santiago de Cuba y Camagüey, tres ciudades que marcaron su enorme trayectoria.

Compartimos las respuestas del “Caballero del Son” en aquella entrevista, como homenaje a uno de los reyes de la música cubana. Luz para usted, Maestro.

—Don Adalberto Álvarez es el “Caballero del Son” ¿cuándo fue que surgió ese epíteto?

Eso fue en Venezuela, hace ya unos cuantos años. En una entrevista, el periodista me bautizó así, porque decía que mis letras eran letras de caballero, que no eran chabacanas. A partir de ahí salió un titular en el periódico para el cual escribía aquel periodista, que decía “Adalberto Álvarez, el Caballero del Son”, y ahí se quedó.

—¿De dónde viene su formación musical?

En mi casa se escuchaba mucha música cubana. Por ejemplo, mi abuela, que fue con quien estuve la mayor parte del tiempo en la niñez, cantaba los himnos de la iglesia. Ella me dormía cantando esos himnos. Mi abuelo se pasaba el día entero escuchando danzones y me enseñó a silbar desde pequeño. Yo iba a la escuela dominical donde había un coro de niños y cantaba en ese coro. Mientras, mi papá, que era músico y director del conjunto musical sonero más importante que había en Camagüey, Avance Juvenil, se relacionaba con la gente de la Orquesta Aragón, de Chapotín, Beny Moré. Ese era el ambiente en que yo me desarrollé desde pequeño, y si no iba a ser músico, iba a ser músico.

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—Su orquesta es un puente, entre lo mejor de la música tradicional cubana y un sonido muy contemporáneo, ¿cómo hace para mantener la misma sonoridad?

Yo creo que la respuesta está en el concepto musical que he tenido siempre desde que comencé a dirigir la primera agrupación. Busco un timbre orquestal, no un timbre del cantante, es un timbre que identifique a la orquesta y la música de Adalberto Álvarez. Yo no canto. Si yo fuera cantante, trataría de que me identificaran por mi voz, pero canto muy mal. Entonces he tratado de buscar una identidad, una sonoridad a la orquesta que tú la escuchas y no has oído al cantante todavía y dices, “esa es la orquesta de Adalberto”. Eso pasa con Los Van Van. Tú no sabes quién va a cantar, solo sabes que son Los Van Van los que están tocando.

—¿Cómo se produce el proceso de composición en Adalberto Álvarez, si es que eso se puede describir porque, a veces, supongo es un proceso inconsciente?

Es más inconsciente que otra cosa. Nunca he dicho “le voy a hacer una canción a esto o a tal cosa”. Las musas son caprichosas y bajan a veces de momento. Sí me doy cuenta de situaciones que pasan en la vida cotidiana, y a veces tú sí que tienes como una pista y dices está pasando esto o esto otro. Cuando hay cosas recurrentes, hechos que estás viendo en la vida, te inspiras y haces una canción que, a veces, cantas inconscientemente. Estás en tu casa, acostado, manejando y te viene un estribillo a la mente, y dices, esto me está viniendo por algo que yo he visto, por algo que ha sucedido.

La muerte del Maestro Adalberto Álvarez, por complicaciones de la Covid-19, conmocionó a Cuba. Foto: Ariel Cecilio Lemus

—¿Le gusta enseñar a las personas que pasan por su orquesta?

Fue lo primero que hice, cuando salí de la Escuela de Arte. Comencé a dar clases de literatura musical a los niños. Fui maestro por muchos años, desde 1973 hasta 1978. Alternaba esa función con la de director del conjunto Avance Juvenil que era de mi padre en ese tiempo, hasta que hice después “Son 14”. Tanto esa orquesta como la Adalberto Álvarez han sido una escuela. No era el propósito, sencillamente era darles mis ideas a los músicos de cómo yo veía y quería que fuera el son.

Yo soy sonero, pero escucho todo tipo de música. Vas a mi casa y puedo estar escuchando a Caetano Veloso, a María Betania, la música de Brasil. Me encanta el jazz. Si no hubiera sido sonero, hubiera sido jazzista. Siempre he dicho que para ser un músico de estos tiempos hay que abrir el espacio a todo tipo de música. De ahí aprendemos todos.

—Hay una recurrencia de La Habana como ciudad en sus canciones ¿Por qué?

Soy camagüeyano. Estoy inscrito en la ciudad de Camagüey, pero nací en La Habana, creo que accidentalmente. Mi mamá estaba en La Habana de visita y nací en el hospital de Maternidad de Línea, un 22 de noviembre de 1948. La Habana siempre tuvo para mí un misterio, algo muy especial, porque de niño venir a La Habana era un premio.

Mi mamá me traía en las vacaciones a la casa de mi tía y tengo un amor por La Habana tan grande como lo tengo por Camagüey, que es mi tierra, como lo tengo por Santiago de Cuba que me dio la mano en un momento muy importante de mi vida, con el grupo “Son 14”. Tengo que agradecerle eso al pueblo de Santiago de Cuba y a mis amigos que estuvieron conmigo en ese momento.

Cuando estoy fuera de Cuba pienso mucho en La Habana. Le haré más canciones a La Habana ¿por qué no? La Habana siempre tiene un motivo para cantarle.

—¿La canción que más quiere?

“Y que tú quieres que te den”, porque ha sido como la bandera. Es la canción que más quiero porque fue la canción que mi madre me dijo “móntala otra vez que te vas a acordar de mí”. Cada vez que la toco me acuerdo de ella.

—¿Qué es lo que más disfruta del público bailador cubano?

Las expresiones de cariño. Uno no tiene que decir “arriba a las manos”, es como en las películas del oeste, no, no, las expresiones esas que tiene el público espontáneas, cuando estamos tocando una canción, cuando empieza “Y que tú quieres que te den”, desde que arrancan los primeros compases, el público grita, grita, y eso te emociona. Lo que más disfruto del público cubano es sencillamente salir a la calle, cuando me dicen “Maestro, me gusta lo que está haciendo”, siento que voy bien.