Canadá es una prueba viva de que el multiculturalismo puede llevar al éxito a un país. Si bien el inglés y el francés son los idiomas oficiales, esta es una nación muy diversa en lenguas, culturas y religiones. De acuerdo con Statistics Canada, 232 idiomas han sido identificados como lenguas maternas habladas en los hogares. Y uno de cada cinco (el 20,6 por ciento) de los más de 36 millones de habitantes nació en el extranjero.

De hecho, la vocación multicultural de este país norteamericano está consagrada en la legislación desde 1971, cuando el gobierno del liberal Pierre Elliott Trudeau (padre del actual primer ministro) la convirtió en política de Estado.

No obstante, este ha sido un territorio diverso desde su origen. “Después de 1760 (tras el Tratado de París, que puso fin a la guerra de los Siete Años, en la que midieron fuerzas los imperios europeos de la época), las provincias británicas, que darían origen a Canadá, fueron bilingües y biculturales. Por ejemplo, los franceses, que se llamaron ‘canadiens’, eran católicos y los británicos eran protestantes”, explica Robert Bothwell, profesor de Historia en la Universidad de Toronto.

Durante esa época, la inmigración fue mayoritariamente de Europa del Este. En los años 60, cuando se abolieron los requisitos raciales de la política migratoria, empezó a llegar gente de Asia y del Caribe. Hoy, la presencia asiática es la más evidente de todas. Entre otros campos, su peso se siente en la educación. John Porter, director del área de admisiones internacionales de George Brown College, una de las instituciones públicas más prestigiosas de Toronto, dice que la mayoría de los estudiantes foráneos proviene de China, India, Corea del Sur, Vietnam y Brasil, en ese orden.

Otra población que ha crecido mucho es la de Siria. “La llegada de refugiados sirios desde noviembre del 2015 contribuyó al aumento de la inmigración”, se lee en un reporte de Statistics Canada. Su llegada masiva se debió, en parte, a la política del primer ministro, Justin Trudeau, de acoger a más de 27.000 refugiados. Solo entre el 2015 y mediados del 2016, la población canadiense aumentó en 437.815 personas, de las cuales 320.932 (el 73 por ciento) fueron inmigrantes. Esta cifra superó el récord histórico de 270.581, correspondiente al periodo 2009-2010. Según estimaciones preliminares, la población de Canadá superaba los 36,2 millones en julio del año pasado.

En las grandes ciudades, la diversidad forma parte de la cotidianidad. En Toronto, por ejemplo, un día normal transcurre entre La Pequeña India, Koreatown, Greektown, La Pequeña Italia, Chinatown, Portugal Village y La Pequeña Malta, entre otros enclaves. “La fuerza de Canadá viene de todas partes. La gran mayoría acepta que todos somos iguales y eso nos diferencia de otros países con inmigrantes, que los aceptan solo porque necesitan su fuerza laboral”, dice Donald Anderson, de 67 años. De hecho, desde 1998, cuando se creó la nueva ciudad de Toronto, esta capital adoptó el lema ‘Diversity: Our Strength’ (‘Diversidad, nuestra fuerza’).

Esa aceptación es la que persiguen los miles de inmigrantes que cada año apuestan por el ‘sueño canadiense’. “Los nuevos canadienses se integraron y aparecen ahora en el sistema político y profesional”, señala el profesor Bothwell. De hecho, el actual ministro de Defensa, Harjit Singh Sajjan, un veterano militar, es oriundo de Punyab (India). Su familia inmigró a Vancouver cuando él era niño.

“Los canadienses han cambiado y nosotros hemos cambiado nuestra forma de pensar y de aceptar las diferencias”, afirma Alma Jiménez, una salvadoreña que vive en Canadá desde hace 30 años y que trabaja en el centro de orientación a inmigrantes YMCA en Toronto.

La gran mayoría acepta que todos somos iguales y eso nos diferencia de otros países con inmigrantes, que los aceptan solo porque necesitan su fuerza laboral

‘SUEÑO CANADIENSE’

En Toronto, Vancouver, Montreal y Ottawa, la capital, y en general en las grandes ciudades –las que más reciben inmigrantes–, la tolerancia es evidente. Sin embargo, la discriminación existe. Las cifras más recientes de la Comisión Canadiense de Derechos Humanos mencionan que en el 2013 se recibieron 1.236 denuncias, de las cuales resolvió 234 y remitió 72 al Tribunal de Derechos Humanos.

Consciente y crítica frente a esta situación, Jenny Gilbert, una joven canadiense, cuenta que su esposo y ella decidieron que Toronto sería la ciudad para criar a sus dos hijas, lejos de la xenofobia que se puede vivir “en suburbios de blancos”.

“Espero que mis hijas sean conscientes y aprecien sus privilegios como niñas nacidas en una familia de clase media en Canadá, que han crecido con pequeños de diferentes culturas”, dice esta politóloga, quien ha vivido en Vancouver, la isla de Vancouver y Winnipeg. Por supuesto, Canadá no es perfecto y aún tiene muchos asuntos por resolver.

El país, y especialmente Ontario, la provincia que reúne a Ottawa y Toronto, tiene el reto de equilibrar los salarios sin distinción de género. El Conference Board, que compara el desempeño social y económico del país con los de otras 15 naciones desarrolladas, calificó a Ontario con una C (considerada una ‘mala nota’) en reducción de la brecha salarial. El estudio califica al país en general con una B, y anota que Noruega, Dinamarca y Suecia obtuvieron A en todos los rangos calificados.

Otro factor preocupante es el alto costo de la vivienda promedio, que en Ontario puede superar el millón de dólares canadiense. Pese a estos problemas, cientos de inmigrantes siguen buscando cupo en Canadá. Muchos consiguen la residencia permanente o el estatus de refugiados, y otros ingresan como turistas y se quedan como indocumentados.

Todos ellos persiguen el sueño de vivir en un país seguro, donde la tasa de homicidios es de 1,68 por cada 100.000 habitantes, de acuerdo con Statistics Canada. Y de vivir en una nación que “procura que todos vivan bien”, según Donald Anderson; que “no cree en una sociedad armada”, en palabras del profesor Bothwell, y que es “diversa, acogedora y orgullosa de la forma en que cuida su belleza natural”, concluye Jenny Gilbert.

Para entender su diversidad y qué celebra Canadá el próximo primero de julio, es necesario dar un vistazo rápido a la larga historia del país, habitado desde hace al menos 12.000 años. Como en algunos lugares de Colombia, los aborígenes fueron los encargados de guiar a los exploradores europeos. Varios documentos históricos coinciden en que, aun cuando los vikingos liderados por Bjarni Herjólfsson visualizaron el territorio, fue apenas en 1497 cuando los europeos tocaron estas tierras.

Según la historia oficial, el italiano John Cabot, que viajaba bajo bandera británica, fue el primero en tocar la costa oriental de Canadá, por lo que Inglaterra reclamó el derecho sobre esas tierras. Entre 1534 y 1542, el francés Jacques Cartier –guiado por nativos– navegó el río San Lorenzo y divisó lo que los nativos llamaban Kanata, que hoy se conoce como la provincia de Quebec. Allí la primera lengua es el francés.

Esa conquista estuvo marcada por la guerra de los Siete Años (1756-1763), en la que ambos imperios reclamaron el control de todo el territorio. Finalmente, los ingleses se impusieron y, una vez firmado el Tratado de París, se formalizó el dominio inglés.

A partir de ahí, la corona británica tuvo que enfrentar otros conflictos, como el intento de rebelión de los indígenas, la lucha para abolir la esclavitud, las diferencias entre los pueblos franceses y las colonias angloparlantes, y hasta una avanzada de Estados Unidos.

En 1867, representantes de Nueva Escocia, Nueva Brunswick y la Provincia de Canadá –que incluía a Ontario y Quebec– se unieron para establecer una sola nación bajo el nombre de Dominio de Canadá, al que luego se sumaron otras provincias. Hoy, el país tiene diez provincias y tres territorios. Este proceso se hizo oficial el primero de julio de 1867, con John MacDonald como primer ministro. Esa es la fecha que ahora se conmemora.

Robert Bothwell, profesor de Historia en la Universidad de Toronto, señala que entonces “Canadá quería formar parte del imperio y una monarquía, no quería la independencia o ser una república”. Por eso, dice, en la Ley de Norteamérica Británica (base de la actual Constitución) se fijó el reconocimiento de la corona inglesa. De hecho, aunque en la Carta Política de 1982 se completó la transferencia de los poderes constitucionales de Gran Bretaña a Canadá, sus habitantes honran a Isabel II como su reina.

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