Barbados es la última de las Antillas Menores. O la primera, según la perspectiva europea. Tiene una extensión de 431 kilómetros cuadrados. Ubicada frente a las costas de Venezuela y Guyana, es la isla más oriental del Caribe. Su capital es Bridgetown, una ciudad pequeña especializada en compras sin impuestos para los turistas y a menudo el punto de partida para recorrer la isla, plagada de resorts junto al mar que a veces no dejan descubrir su esencia.
Hasta estas tierras llegó impulsado por los vientos Cristóbal Colón en su primer viaje y, posteriormente, en el siglo XVII, fue feudo de los británicos.
Finalmente, la independencia de Barbados se firmó en 1966, pero la influencia inglesa se nota a lo largo y a lo ancho, aunque casi toda la población es de origen africano.
Barbados tiene ese encanto del Caribe insular –las playas soñadas, el agua tibia, la brisa reconfortante, la música hipnótica, el avistamiento de tortugas–, pero con la particularidad de la herencia inglesa. Los automóviles transitan por el costado izquierdo de las vías, la iglesia anglicana tiene una fuerte presencia, la gastronomía tiene también algo ‘british’ y hay afición por el polo y el críquet.
En Barbados, la distribución administrativa es singular, no hay regiones como tal sino once parroquias, como la de Saint Joseph o Saint Thomas, más Bridgetown, la capital. En St. George, por ejemplo, los ‘buses reggae’ de transporte público recorren bulliciosos los campos agotados que una vez fueron cañaduzales.
De cualquier forma, en Barbados los ingleses aún se sienten como en casa y el acento londinense es común. Cuando los cielos grises de Inglaterra pasan cuenta de cobro a la mente y al espíritu, es hora de volar en masa al Caribe con unas cuantas libras esterlinas. Ocurre que la oferta turística es variada y para todos los bolsillos, pero la afluencia de una gran cantidad de visitantes británicos y estadounidenses ha permitido que Barbados se especialice en el turismo de lujo.
El campo de golf Green Monkey, en el resort Sandy Lane, en la costa oeste, es un buen ejemplo de lo que pueden encontrar las más abultadas billeteras en este territorio coralino. Para jugar los 18 hoyos, los golfistas tienen que estar hospedados en su exclusivo hotel, vecino de la residencia One Sandy Lane, donde la cantante Rihanna suele pasar sus escapadas al país que la vio nacer.
El campo Green Monkey tiene cinco tipos de pastos diferentes, trampas con arena de Guyana, acantilados recubiertos por buganvillas y solo está abierto una hora al día, de 8:30 a 9:30 de la mañana. Esa hora de juego tiene un costo de 4.000 dólares. Los responsables del campo cuentan con algo de orgullo que ni siquiera el PGA Tour recibió autorización para jugar allí.