El piano no cesa. Sobre el tabloncillo de la compañía, en el Vedado habanero, la profesora Ivet González indica una y dos y tres repeticiones de los pasos. Y otra vez vuelve a orientarlos. Y sus muchachas y muchachos, sudando con el rigor, se desplazan, saltan, giran, sonríen en el éxtasis de la fatiga y vuelven a comenzar el ejercicio. Así es todos los días, en sesiones de entrenamiento que comienzan a las 9:00 de la mañana y pueden extenderse hasta después de las 5:00 de la tarde, con los imprescindibles recesos para descansos y alimentación.
Pocos símbolos hay en esta Isla y en el mundo que aúnen tanto el valor del arte y la pedagogía como el Ballet Nacional de Cuba y su Escuela. Fundado por Fernando y Alicia Alonso en 1948, este núcleo de virtuosismo clásico, contrasta con un país que muchos califican de bullanguero, chistoso e inconstante. España, Italia, México, Sudáfrica, Australia, Inglaterra, Estados Unidos… En esos y otros tantísimos escenarios se presentan con frecuencia los artífices de esta compañía o invitan a enseñar a un maître cubano.
Con tres de las jóvenes promesas, que ahora mismo son elogiadas por voces críticas como futuros portentos, conversamos esta mañana de mayo. Chanell Cabrera, Luis Valle y Gabriela Mesa nos hablarán del porqué el misterio del ballet cubano sigue sin perder su encanto.
Asumirlo con el corazón
Diminuta y bella, como si pudiera flotar, Chanell sonríe y explica que son 8 intensos años de formación. Cinco en el nivel elemental y tres en el medio; luego, seis meses de práctica y finalmente la Compañía decide quién pasa a sus filas. En el caso de ella esto ocurrió en abril de 2014.
¿Y una vez aquí, qué es lo difícil?
«Lo que más trabajo me cuesta es la seguridad en el escenario. Pero cuando uno lo asume con el corazón, y lo disfruta, todo fluye. Es como un ascenso mágico, en el que van surgiendo nuevas metas continuamente».
En la Escuela, Chanell interpretó Don Quijote (en Sudáfrica), Bayadera, Esmeralda, El Corsario… Ya en la Compañía, ha participado en El Lago de los Cisnes, Coppelia, Don Quijote, Tarde en la Siesta. «Este último me costó mucho esfuerzo, pues requiere un alto nivel artístico y técnico, pero con gran empeño salió bien», dice.
Cuando estaba en 5to año del nivel elemental (2010) obtuvo la Medalla de Oro en el Concurso Internacional de Academias de Ballet de La Habana y el Premio a la Revelación. Luego, en el nivel medio ganó Medalla de Oro en el la siguiente edición del mismo certamen.
Ha bailado en México, Perú, Canadá e Italia. A sus 19 años, es solista de la compañía. Pero en su mirada, firme y tierna a un tiempo, hay una meta clara: «Llegar a primera bailarina y ser conocida en el mundo entero».
Carlos Acosta: su paradigma
Dos alegrías tremendas tiene ahora mismo Luis Valle. Hace un mes le comunicaron su ascenso a bailarín principal, saltando el escalón de primer solista; y esta semana debuta en el papel de Basilio, en la compleja obra Don Quijote. Cuando le preguntamos por los rigores de su entrenamiento diario, comenta con voz grave:
«Es difícil. Saltar, estirar las piernas, elevarme… muy difícil. La precisión a la hora de guiar los pasos, tener el pleno dominio del cuerpo. Te reta constantemente a hacer las cosas bien, a no equivocarte».
¿Crees que tienen los jóvenes suficientes oportunidades en la compañía o que demoran mucho en otorgarles roles principales?
«A veces cuando uno entra se pregunta con insistencia: ¿por qué no me ponen? Pero después comprendes que todo tiene su tiempo y hay que ganárselo. La clave es no detenerse. Si te chantas y no te exiges cada día más, cuando surja entonces la oportunidad, la pierdes».
Muchos, tanto entre los especialistas como en el público, hablan de que la virilidad de los hombres es un toque distintivo de la Escuela Cubana. La voz seria de Luis lo reafirma:
«Nos lo impregnan desde chiquitos. A la hora de darle la mano a la muchacha, de mantenerle la mirada. La química de la pareja cubana a la hora de bailar se distingue de cualquier otra en el mundo. Desde la pata del escenario, antes de salir a escena, ya tienes que estar compenetrado con tu pareja».
De 24 años, admirador de la música de los Van Van, reservado y adusto, algunos han visto en Luis un notable parecido con Carlos Acosta. De niño, pudo bailar con el célebre cubano en su fábula Tocororo. Y desde entonces lo tiene como paradigma. En sus pasos y gestos intenta alcanzar esa cima.
No quiero hacer otra cosa
«No quiero hacer otra cosa que sea bailar», dice rotunda Gabriela Mesa. Está en la Compañía desde 2011. Entró con 17 años, adelantada, y cumplió los 18 aquí. «A veces el cuerpo no resiste y debes sobreponerte al esfuerzo. Vamos, hay que terminarlo. Y se termina».
Estando en la escuela, Gabriela participó en el concurso de Varna, en Bulgaria; luego, en el Grand Prix de Nueva York, fue de las 12 mejores bailarinas, en 2010. Ha actuado además en Italia, Puerto Rico, y recuerda con especial afecto su presencia en Canadá, al cumplirse el medio siglo de la escuela canadiense. «Se hizo un intercambio muy bonito con las 12 mejores escuelas del mundo, entre ellas, por supuesto, la cubana. Ocurrió en 2009. Fue una experiencia genial, pues grandes de la danza de diversas compañías y escuelas compartieron con nosotros sus experiencias. Nos impartieron clases en ruso, inglés, español, francés… también participábamos en coreografías montadas por destacados maestros internacionales».
Cuando le preguntamos por las principales fortalezas de la compañía, responde segura: «Contar aún con Alicia y hasta hace muy poco con Fernando Alonso. Estar siempre pendientes de que no se pierda la esencia. Mantener un sello. Tener la mente abierta, pero no al desarraigo».
En su juicio resalta singularmente cuando se comparan con bailarines de otros países el desempeño del cuerpo de baile cubano. «Es un trabajo arduo, parejo, perfeccionista. Se es muy exigente, como se es con las primeras figuras. Y la técnica está bien pensada para la fisonomía nuestra».
¿Cómo lidiar con la vanidad cuando se es tan exitosa con tan solo 21 años?
«Siendo severo con uno mismo. Aunque me elogien las críticas, cuando me veo en un video, digo: fatal, esto hay que mejorarlo. Y cuando salgo de la Compañía, dejo las zapatillas dentro del bolso».
Hacer crecer los cimientos
«Musicalidad», esa es la palabra con la que el crítico especializado José Luis Estrada Betancourt define al ballet cubano. Para él, autor de los libros De la semilla al fruto. La compañía y El mundo baila en La Habana, en la musicalidad se resume todo: Seguir el ritmo, adecuar los gestos, sincronizar el cuerpo y su intención, elevar la manera que se interpretan y se defienden las obras. Ejecutar con pasión cada movimiento. «La escuela es muy fuerte y eso le posibilita constantemente estar formando bailarines de muy alta calidad», sostiene.
¿Qué debilidades, a su juicio, presenta la compañía?
Probar más a los jóvenes. No ir siempre al seguro con los ya encumbrados, sino arriesgarse más con los que aún no tienen nombre. Otra pudiera ser diversificar un tanto el repertorio, No es que aquí no se bailen obras contemporáneas, pero eso hay que potenciarlo más. También debiera trabajarse con mayor fuerza en que los bailarines sientan y vivan toda la atmósfera romántica epocal de los clásicos. Pues no solo importa la técnica, y eso es algo en lo que Alicia ha insistido siempre.
¿Y en cuanto a las condiciones materiales?
Claro que ese es un aspecto que golpea. Los bailarines sufren las mismas necesidades que cualquiera. Tienen que vestir, comer, alcanzar una remuneración material mayor. Ellos saben que en cualquier parte del mundo reciben una cantidad de dinero que, aunque no paga lo que son, resulta muchas veces más que lo que obtienen aquí. Entonces se van, tal vez a bailar en un pequeño y olvidado paraje, y dejan a esta gran compañía. La suerte es que sus cimientos son tan poderosos, que resurge indetenible.
Un artículo de Jesús Arencibia Lorenzo. PanamericanWorld. La Habana
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