Al enfrentarse al desafío de contar la historia del rock en América Latina era inevitable que resonaran más las ausencias, premeditadas o por simple descuido, que la presencia incuestionable de nombres que por derecho propio se merecen un lugar en el olimpo latino.

Rompan todo, la serie documental de Netflix producida por Gustavo Santaolalla, se va a juzgar inevitablemente más por esos vacíos que por los méritos indudables que atesora una narración bastante precisa, didáctica y entretenida.

Aunque Picky Talarico, su director, matizaba recientemente a Los Angeles Times que “queríamos contar la historia del rock, y en un momento quedo claro que no era la historia de las bandas, sino de ese rock”, lo cierto es que resulta difícil desligar la música de quien la ejecuta.

Es más, Rompan Todo constata una obviedad; que la historia la escriben los músicos, sus canciones, su capacidad para romper marcos y el contexto en el que desarrollan su creatividad. Es su búsqueda constante de nuevas regiones musicales la que determina la evolución del rock como producto cultural y como agente de cambio social. En América Latina este aspecto ha sido determinante.

El rock frente a la dictadura

Lo dice el propio Santaolalla en un momento del documental; la música no se explica sin el contexto “y en América Latina andamos sobrados de contexto”. Porque ésta es, probablemente, la virtud más visible de la serie, su gran aportación: no es solo un documental sobre música sino también sobre historia.

Rompan Todo vertebra la historia del rock, principalmente en Argentina, México, Chile, Colombia, Uruguay y Perú, desde la oposición dialéctica con las dictaduras militares que gobernaron la región entre finales de los 60 y hasta mediados de los 80. Por cierto, al atravesar de nuevo la larga noche de la Operación Condor refulge el frívolo uso que hoy hacemos de la palabra dictadura desde la confortable calidez de nuestras democracias imperfectas.

Las juntas militares y los políticos que asesinaban o hacían desaparecer a miles de jóvenes no querían el rock por su poder subversivo, por su capacidad para concienciar y movilizar. El festival de Avándaro celebrado en México en 1971 es el mejor ejemplo de que hubo un tiempo en el que la música tuvo la capacidad de la revolución. Pero en los siguientes 15 años el poder, en todas sus formas, satanizó asustado el rock, lo prohibió en las radios y empujó al exilio (cuando no a la muerte) a decenas de músicos. El 24 de marzo de 1976, cuando la Junta Militar se hizo con el poder en Argentina, “una luz se apagó,” explica en el documental el músico de Serú Giran, Pedro Aznar.

Un rock que no suene «gringo»

En Rompan Todo hay historia, política pero, sobre todo, lo que hay es mucha música y muchos testimonios (algunos de especial valor por la mirada retrospectiva que aportan), de toda una generación que abrió el camino del rock, esa música de gringos, en América Latina a finales de los años 60 y la convirtió en un elemento más de identidad de lo latino.

Y hay, claro, muchas canciones y, por lo tanto, nostalgia torrencial. Es imposible desligar la música de su tiempo y de su espacio, y aunque algunos juzgarán la serie demasiado política, en el resultado final prevalece la importancia fundamental del rock como lenguaje intergeneracional y movimiento de agitación cultural.

Desde los pioneros Teen Tops, Los locos del ritmo, Los rebeldes del Rock o Los Spitfires, la evolución del rock en América Latina ha sido una tenaz búsqueda de una identidad propia que se emancipara de la influencia gringa. Y en esa introspección se construyen nuevos sonidos, se canta en español y se experimenta con el folclore de cada lugar para explorar una razón de ser. “Robemos con elegancia”, ironiza Charly García. No se trataba de fusionar sino de latinizar una música importada, ajena.

Es lo que consiguen a principios de los 70 Los Jaivas en Chile al fusionar su rock con la música andina, o Arco Iris en Argentina, pioneros en esa intersección con el folclore. Lo mismo que en España estaban haciendo Smash o Triana con el flamenco; es decir, unir el tiempo y el espacio con la música que estaba sonando en ese momento. Un fenómeno difícilmente identificable en otros lugares del planeta. Y el rock latinoamericano se construye desde ese momento en la convicción de una personalidad propia, ecléctica, irreverente y subversiva, con una mitología propia y un idioma que ofrece posibilidades retóricas infinitas.

Por la serie desfilan Charly García, Alex Lora, Andrés Calamaro, Zeta Bosio, Gustavo Santaolalla, Vicentico, Sergio Arau, Javier Bátiz, Santiago Auserón, Ricardo Mollo, Hugo Faturosso, Luis Alberto Spinetta, Billy Bond, David Lebón, Leon Gieco, Nito Mestre, Pedro Aznar, Anibal Kerpel, Ruben Albarrán, Fernando Olvera, Juanes, Julieta Venegas, Fito Paez, Mon Laferte… cerca de 100 entrevistados que aparecen con mayor o menor frecuencia y salpican el relato con anécdotas, recuerdos y reflexiones sobre lo que fue el rock o lo que va camino de ser.

Algunos utilizan un tono expiatorio y rinden cuentas con su pasado y también con el de otros compañeros de viaje. Quizá el momento más emotivo lo protagoniza León Gieco cuando confiesa que no debió participar en el concierto a favor de los soldados argentinos en la guerra de las Malvinas. “Los militares nos utilizaron”, reconoce. Ahí cantó “Solo le pido adiós”, la canción que tan solo unos años antes un militar le prohibió cantar bajo amenaza de pegarle un tiro en la cabeza.

¿Hay un único rock latino?

Y sobrevuela el debate eterno a lo largo de los seis episodios: ¿Qué es el rock? Y, claro, esa simple pregunta desata las polémicas que estos días circulan sobre las ausencias y sobre la presencia de algunos invitados que muchos consideran ajenos al concepto canónico del rock. Probablemente es aquí donde chirría el andamiaje de Rompan todo: se impone una mirada agarrada a los viejos estereotipos del rock, aquello del sexo, drogas y rock&roll, que filtra casi todo el relato y lo posiciona en un ángulo de mirada corta.

Los componentes de la banda mexicana «Mala vecindad». Foto: Netflix

La conclusión es que no hay respuesta posible al dilema. Uno diría que el rock latino comenzó con Carlos Santana y Oye como va, que no era sino un mambo electrificado de Tito Puente. El periodista argentino Fernando García ha dicho que es “la columna vertebral de la apropiación rockera de los folclores en Latinoamérica y salta a la electrónica con los Nortec Collective”. Pero en Rompan todo no hay ni una sola referencia a Santana y sí se cuela al final la banda mexicana como reclamo de los nuevos tiempos.

¿No merecen un hueco los primeros discos de Shakira si se acepta a Juanes en el orbe del rock por sus orígenes en el hard rock del duro Medellin de Escobar? ¿El rap de Calle 13 es el rock latino del siglo XXI? ¿Entonces no es Bad Bunny o J Calvin la última estación de un viaje que comenzó con los Teen Tops?

Preguntas y más preguntas que, al final, se vuelven intrascendentes ante el poder de las emociones que desatan las canciones de Soda Estereo, Cerati, Molotov, Los Twist, El Tri, Los Prisioneros, Los Shakers, La Joven Guardia, Manal, Almendra, Serú Girán, Sui Generis, Café Tacvba, Sumo, Los abuelos de la Nada, Maldita Vecindad Fito Paez o Julieta Venegas. Lo que permanece son las canciones y la memoria, todo lo demás es muy aburrido.