Carlos Acosta, el niño que creció bailando breakdance en La Habana, que soñaba con ser futbolista, pero que terminó convertido en primer bailarín y coreógrafo del Royal Ballet de Londres, llevaba tiempo preguntándose cuál sería su siguiente paso.
Hijo de un camionero y criado en un barrio marginal, Acosta bailó en la capital británica desde los 18 años. Fue su padre quien le obligó a empezar en la danza clásica y lo alejó de los pasos de baile de la calle. Pero Carlos no renunció por entero a la danza contemporánea. Hoy son esos mismos bailes los que mezcla en su compañía Acosta Danza, fundada en septiembre de 2015, cuando se despidió temporalmente de Londres y regresó a La Habana.
La evolución de Acosta Danza
Cuesta imaginar que el flamenco, el hip hop o el ballet converjan en un mismo espectáculo. Sobre todo cuando la percepción es que son disciplinas muy distintas. Pero Acosta lo consiguió desde el principio. Nadie mejor que él para fusionar la tempestad y la calma.
La danza fue su salvación cuando de pequeño sus padres lo dejaron solo en un internado. Acosta, que ha dicho que uno viene a este mundo con el don, pero lo demás viene del dolor y el esfuerzo, esculpió su cuerpo a base de entrenamientos diarios. “Es una paradoja, porque del dolor sale el genio”, dijo el bailarín a El País.
Del sufrimiento emergió la rabia y la pasión. A los 18 años, cuando lo contrataron como primer bailarín del English National Ballet, ya la relación con su padre había marcado su vida. No es secreto que este solía darle palizas. Así lo desveló la película “Yuli”, sobre su vida que el mismo Acosta protagonizara. Dicen que incluso hubo una escena muy fuerte, donde todo el equipo terminó llorando, mientras Acosta decía: “Lo siento, pero no puedo vivir esto de nuevo”.
No era el temor al dolor físico, sino a la punzada que produce un recuerdo, del hombre que más amó en su vida. De hecho, lo físico es una de las características de su compañía. La piel, como testigo imborrable de la esencia, a quien su director ha recurrido para mostrar su infancia y su tierra. El esfuerzo corporal y los grandes retos de los bailarines que iniciaron Acosta Danza bajo la premisa “no hay límites en la danza”.
A cinco años de creada, la compañía de danza contemporánea cubana comienza a consolidar su identidad y los críticos internacionales elogian la evolución del joven conjunto. “Lo delicioso es que ya se ven como una compañía. Los bailarines aportan un sentido de unidad y personalidad individual, mientras que el repertorio equilibra las raíces cubanas y un sentimiento de aventura”, escribió Zoë Anderson, periodista del diario británico Independent.
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Una nueva manera de asumir la danza en Cuba
Es este sentimiento de aventura precisamente el que nos lleva a afirmar que Acosta Danza es más que la Cuba turística y paradisiaca. Según el crítico de arte y periodista cubano, Yuris Nórido, “la magia de Acosta Danza es que representa al país que no es simplemente la postal multicolor con tumbonas, palmeras y ron”.
Se trata, ha dicho el especialista, de construir una nueva manera de asumir la danza en Cuba, y ahí radica precisamente su éxito, al alejarse de estereotipos y posturas asumidas.
El niño que quiso ser futbolista siempre tuvo claro que quería crear algo diferente. Incluso estuvo en el Ballet Nacional de Cuba unos meses, pero no le convenció. No es el rechazo al ballet, es la intranquilidad.
A fin de cuentas fusionar a Bob Dylan, Silvio Rodríguez y los Rolling Stones en una misma temporada no es tarea fácil. Encontrar el punto en que uno de los mejores compositores de habla inglesa del mundo y una de las mejores bandas de rock de la historia, se fusionen con la Cuba de hoy, es lo que ha hecho de Acosta Danza la revelación cubana de los últimos cinco años. La Habana de hoy y el Londres de los 60. Carlos ha encontrado en sus recuerdos de infancia en Los Pinos y su juventud paseando por Picadilly Circus, la fusión perfecta.
“Todos los coreógrafos que han trabajado con nosotros lo han hecho desde un pie forzado: Cuba y su cultura. A todos les pido que se inspiren en nosotros, en nuestra música, en nuestras historias y temperamento, para crear sus obras”, dijo en una entrevista a Nórido.
Lidberg, por ejemplo, un sueco que mezcló a Leo Brouwer con la rumba cubana; la española María Rovira, que mostró movimientos del folclor afrocubano desde la danza contemporánea; o uno de los más reconocidos coreógrafos japoneses, Saburo Teshigawara, quien montó una pieza sobre la migración japonesa hace 120 años.
Danza contemporánea cubana para príncipes y reyes europeos
Acosta Danza se ha caracterizado siempre por trabajar con los grandes coreógrafos del mundo. En 2019, el reconocido español Goyo Montero creó una pieza sobre la sexualidad y la libertad del ser humano, basada en la obra del cantautor cubano Silvio Rodríguez. Para este acto melancólico e inquietante el autor de Ojalá prestó incluso la voz.
Esta compañía, que en 2019 bailó para los príncipes británicos y los reyes españoles, es hoy la embajadora de la danza contemporánea cubana. “Quería crear una compañía que no se pareciera a ninguna otra en la nación”, ha dicho el director en diversas entrevistas.
Acosta, quien comenzó en enero de 2020 su dirección en el Birmingham Royal Ballet, ha reiterado que no desatenderá nunca Acosta Danza.
En un mundo que se esfuerza día y noche por convertirnos en otra persona, Acosta logra con su compañía no recurrir a lo homogéneo y a espacios comunes. En un mundo que se empeña en cada momento por dividirnos y segmentarnos, el bailarín se pegunta: “¿Por qué los bailarines tenemos que estar divididos?”, y tiene razón, ¿por qué?
Por: Dinella García / PanamericanWorld, La Habana