Las cataratas del Niágara (Ontario) son uno de los atractivos imprescindibles para cualquier turista que visita Canadá. Abarrotadas de turistas y comercializadas en exceso, las del Niágara tienen escasa altura -figuran entre las 500 de mayor altitud del mundo- pero la potencia de sus cortinas de agua resulta espectacular, lanzando un imponente rugido al precipitarse al vacío. Si lo medimos solo en volumen de agua, no hay ningún otro lugar de Norteamérica que supere a estas cataratas, que cada segundo vierten el equivalente a más de un millón de bañeras de agua.

Las cataratas de Niágara es el destino turístico más visitado de Canadá.

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Los 300 kilómetros de Cabot Trail (Nueva Escocia) serpentean y suben por montañas costeras con imponentes vistas al mar en cada curva, ballenas que asoman del agua frente al litoral y numerosos senderos para pararse y explorar a pie. La zona además está salpicada de comunidades celtas y acadias (descendientes de los franceses que se asentaron en el siglo XVIII) y su rítmica música de violines suena en los pubs locales.

El mejor tramo está en la costa noroeste de la isla de Cape Breton y, después, el que desciende hasta Pleaseant Bay: una carretera tortuosa con miradores para disfrutar de unas fantásticas panorámicas. Podremos desviarnos hasta la localidad de Glace Bay para captar su historia minera, ir a la fortaleza de Louisbourg, en el este, para ver cómo era la vida militar en el siglo XVIII o al Highland Village Museum para conocer el modo de vida de los primeros inmigrantes escoceses.

Los 300 kilómetros de Cabot Trail son una de las experiencias de conducción más apasionantes de Canadá.

A la reserva nacional de Nahanni, en la frontera del Yukón, solo se puede llegar por aire o mar, se articula en torno al río South Nahanni, que fluye a lo largo de más de 500 kilómetros a través de las escarpadas montañas Mackenzie. Sólo unos mil visitantes llegan cada año hasta aquí, la mitad de ellos piragüistas que tratan de conquistar este legendario cauce. La recompensa es como para pensárselo: cataratas de treinta pisos de altura, altísimos cañones y leyendas de gigantes. Esta es una tierra de pioneros que llegaron en busca de oro y dejaron sus propias historias sobre tribus salvajes, oro y muertes misteriosas. Una parada que merece la pena son las cataratas Virginia, el salto de agua más alto de Canadá, en el curso medio del río Nahanni.

A la reserva nacional de Nahanni, en la frontera del Yukón, solo se puede llegar por aire o mar, y se articula en torno al río South Nahanni.

La Trans-Canada Highway recorre 7.800 kilómetros desde St. John’s, en Terranova, hasta Victoria, en la Columbia Británica, atravesando algunos de los principales destinos del país: el Gros Morne National Park, la isla de Cape Breton, los parques nacionales de Banff y Yoho, además de ciudades como Quebec, Monreal, Ottawa, Calgary y Vancouver. Técnicamente es una combinación de carreteras provinciales y muchos de los mejores rincones requieren desviarse de la vía principal, pero merece la pena.

El punto de inicio, St.John’s, es la ciudad más antigua de Canadá. El tramo final, tras atravesar las inmensas praderas, nos sorprende con un espectacular cambio de paisaje, los mejores parques nacionales y el espectacular cañón del río Fraser, desde el que sólo hay un breve paseo hasta Vancouver y el ‘ferry’ que conduce a Victoria. Muchos inmortalizan la llegada haciéndose una foto junto al letrero de la milla 0. Se suele tardar más de un mes en conducir de costa a costa.

Foto: Storm Rider Photography bajo licencia Creative Commons

Quebec es la única ciudad amurallada en Norteamérica al norte de México y se presta a preguntas de concurso. Aquí está la primera iglesia parroquial de Canadá, el primer museo, la primera catedral anglicana, la primera escuela femenina, el primer barrio comercial y la primera universidad francófona. El diario Québec Chronicle-Telegraph es el periódico más antiguo del continente y L’Hôtel Dieu fue el primer hospital. Y además, la capital del estado de Quebec es preciosa: las callejuelas y plazas de la Ciudad Vieja, patrimonio mundial, tienen más de cuatrocientos años de antigüedad, con catedrales rematadas por agujas que podrían estar al otro lado del Atlántico y café donde se escucha jazz. El Château Frontenac es el hotel más fotografiado del mundo, pero si queremos salir de lo más turístico basta con salir de la ciudad amurallada: cerca de la Citadelle se encuentra la zona de moda, St. Jean Baptiste, con una animada vida nocturna.

Foto de Andos_pics bajo licencia Creative Commons.

Manitoulin (Ontario) es un lugar apacible de playas y casas de veraneo, pero también la isla de agua dulce más grande del mundo, situada en medio del lago Hurón. Un viaje a Manitoulin es como atravesar un descomunal trabalenguas. Sus regiones tienen nombres que suenan a mantras de meditación y animales mitológicos: Mindemoya, Sheguiandah, Wikwemikong. Los ‘haweaters’ (nacidos en Manitoulin) sonríen ante los forasteros cuando se traban con las palabras de más de seis sílabas. La cuarcita blanca y los afloramientos de granito que bordean la costa le dan un aspecto reluciente y la cultura amerindia lo impregna todo: las ocho comunidades de la isla colaboran para ofrecer comida local (arroz salvaje y sopa de maíz) y ecoaventuras (piragüismo, equitación, excursionismo). Los ‘pow wows’ completan la mezcla con tambores, bailes y narraciones orales.

Foto: «Early morning on Beach Road.» de Our Manitoulin! bajo licencia Creative Commons.

La soledad reina en el territorio central de Canadá. Conduciendo a través de las llanuras de Manitoba, Saskatchewan y Alberta aparece el trigo, después más ondulante trigo y luego más trigo punteado por un ocasional silo de cereales. Grandes cielos para grandes tormentas que descargan aguaceros con violencia, visibles en el horizonte a kilómetros de distancia. Entre las remotas ciudades donde hacer una parada se hallan la artística Winnipeg, la alegre Moose Jaw y Regina, con su policía montada; y entre medias, aldeas ucranianas y escandinavas. Las grandes praderas canadienses pueden parecer a primera vista monótonas y aburridas (y probablemente lo sean), pero el viajero inteligente debe estar dispuesto a profundizar para descubrir su atractivo: océanos de trigo que se mecen, llanuras infinitas que se funden con el horizonte, carreteras solitarias, pueblecitos con encanto y lugares casi anónimos que son la esencia de la historia de Canadá.

Paisaje nevado de Saskatchewan. Foto: David KK bajo licencia Creative Commons

¿En qué otro sitio se pueden juntar más de dos millones de tranquilos amantes de la música y ver a los mejores músicos de jazz del mundo con al menos 500 actuaciones para elegir? Solo es posible en Montreal (Quebec), la segunda ciudad más grande de Canadá y su capital cultural. Su festival de Jazz de Montreal se celebra cada año a finales de junio, con percusones y jam sessions de la calle. La mayoría de los conciertos son gratuitos y al aire libre y la fiesta continúa día y noche. A Montreal hay que ir con esta o con cualquier otra excusa. Esta ciudad bilingüe es célebre por su ambiente cosmopolita de inspiración francesa, que ha dado lugar a una floreciente escena artística, una explosión de rock indie, hoteles ‘boutique’ de fama mundial, restaurantes elegantes y un ambiente parisiense que impregna todas las terrazas del Quartier Latin. Y para disfrutar a tope de la ciudad, nada mejor que el Bixi, el sistema de bicicletas públicas de alquiler que funciona con energía solar.

El Festival de Jazz de Montreal es uno de los grandes acontecimientos culturales del año en Canadá. Foto: pgaif13 bajo licencia Creative Commons

La bahía de Fundy no es muy corriente, aunque la rodean faros, pueblos de pescadores y otros clásicos elementos marítimos. La geografía única de Fundy genera las mareas más extremas del mundo, que proveen de alimento a las amenazadas ballenas francas del Atlántico norte, así como ballenas azules que también acuden a darse un banquete. Observar aquí a los cetáceos es extraordinario. Otra actividad única es el rafting con la marea alta, en el que se aprovecha la explosiva fuerza de las aguas de Fundy. La población turística de St Andrews By-The Sea, las serenas islas Fundy, el paisaje marítimo y la rica historia hacen que esta sea una de las zonas más interesante de la provincia de New Brunswick. Y eso sin olvidar el marisco, abundante y delicioso en toda la región.

Foto de CuriousKunal bajo licencia Creative Commons

Canadá tiene muchos sitios que parecen estar en mitad de ninguna parte, desde las praderas de Saskatchewan hasta la costa de Labrador, pasando por sus aldeas árticas. Tal vez no luzcan mucho por el día, pero de noche comienza el espectáculo. Con una cortina de tonos verdes, amarillos, aguamarinas y violetas, la llamada aurora boreal ilumina el cielo. Las formas parpadean y bailan y dan un aire misterioso al cielo del norte. Hay lugares especiales para ver este fenómeno: Yellowknife, la remota y equipada capital de los Territorios del Noroeste, Churchill, en la bahía de Hudson, en Manitoba, o Whitehorse, la principal ciudad de Yukón.

Foto: «Aurora in Yellowknife» de mydarksky bajo licencia Creative Commons.

El Viking trail, también llamado Route 430, conecta dos puntos de la isla de Terranova que son patrimonio mundial: el Gros Morne National Park, con sus lagos similares a fiordos y sus extravagancias geológicas, y L’Anse aux Meadows, el excepcional asentamiento vikingo de la casa de Leif Erikson. Este lugar fue fundado 500 años antes de la llegada de Colón al Nuevo Mundo, y aunque no queda apenas nada de la antigua colina vikinga, hay una interesante recreación de la vida en la época vikinga. La carretera del Viking Trail es una atracción por sí misma, siempre pegada al mar mientras avanza resuelta hacia el norte pasando junto al antiguo cementerio de Port au Choix y al embarcadero del ‘ferry’ que conduce a Gran Labrador. Es fácil entender por qué muchos turistas acotan su paso por Terranova a esta península, y que algunos regresen año tras año.

Foto: «Bowen Island» de Alexis Chmiel bajo licencia Creative Commons.

Las vírgenes islas de Haida Gwaii, en la costa de la Columbia Británica, eran conocidas como el archipiélago de la Reina Carlota. Colosales píceas y cedros envuelven este paisaje virgen y lluvioso. El águila calva y el oso deambulan por el bosque, mientras el león marino y la orca patrullan las aguas. Pero el alma de estas islas es el pueblo haida, conocido por sus canoas de guerra y las tallas de sus tótems. Se puede conocer su historia en la reserva nacional de Gwaii Haanas, que combina aldeas perdidas, cuevas funerarias y manantiales termales con la posibilidad de practicar el mejor kayak del continente.

Foto: «Logan Inlet» de Brett Hodnett bajo licencia Creative Commons

Vancouver siempre figura entre los primeros lugares en cualquier ranking de los mejores lugares donde vivir; por algo será. La relajada ciudad canadiense está rodeada por un espectacular paisaje marino y en las afueras sus habitantes encuentran desde estupendas montañas para esquiar hasta 11 playas, además del denso bosque de Stanley Park a solo dos manzanas de los rascacielos de cristal del centro urbano; una armoniosa mezcla de urbanismo y naturaleza. También encontramos un toque hollywoodiense (aquí se ruedan muchas películas), una activa contracultura (desde una popular playa nudista hasta la sede política del Marijuana Party) y animados barrios chinos.

Imagen de Vancouver, la tercera ciudad más grande de Canadá. Foto: Juan Gavasa / PanamericanWorld

Los amantes de los dinosaurios disfrutan enormemente en la polvorienta Drumheller (Alberta), donde se halla el Royal Tyrell Museum con una de las principales colecciones de fósiles del planeta. Aquí está el dinosaurio más grande del mundo según el libro de los récords: un enorme Tyrannosaurus rex de fibra de vidrio al que los visitantes pueden subirse y asomarse a su boca. Drumheller se fundó alrededor de la extracción de carbón, aunque ahora su economía gira en torno al turismo que atraen los dinosaurios. Es el eje central del llamado Dinosaur Train, y aunque se toman muy en serio la paleontología, Drumheller se ha aprovechado económicamente de su patrimonio jurásico y ha montado un verdadero parque temático. Esto no debe impedirnos ver el otro lado de la ciudad, con su paisaje de ‘western’ dominado por chimeneas de hadas.

Foto: «T rex» de turbulentflow bajo licencia Creative Commons.

Es fácil ver algún que otro orgulloso vaquero en la próspera Calgary, una ciudad rica en petróleo al sur de Alberta. Pero si al bajar la vista comprobamos que todo el mundo lleva botas puntiagudas es que estamos a mediados de julio, el momento de la Calgary Stampede. Con más de cien años de historia, la Stampede es famosa en el mundo entero. Incluye rodeos con caballos salvajes, derribos de novillos, carreras de barriles y, por supuesto, monta de toros. Por la noche, una popular carrera de carretas caldea el ambiente. Los vaqueros y, posteriormente, el petróleo son la razón de ser de esta ciudad canadiense. Descarada, atrevida y enriquecida, parece una versión fría y menos delirante del desierto de Dubai. No tiene mucha personalidad, pero es una ciudad moderna y cosmopolita con buenos museos, restaurantes agradables y todo el ambiente de las grandes praderas americanas.

Foto: «Calgary Stampede» de micha_dauber bajo licencia Creative Commons

Ver a un oso polar de cerca asusta. De repente, se olvidan los dos largos días de tren que se tarda en llegar al interior de la tundra, hasta el mismo borde de la bahía de Hudson. Estamos en Churchill (Manitoba), una localidad solitaria en medio de la ruta migratoria de los osos blancos. De finales de septiembre a comienzos de noviembre, los ‘buggies’ se ponen en marcha en busca de estos feroces animales y a veces se acercan tanto que los visitantes sienten un escalofrío de emoción. Los osos polares, los esturiones y la majestuosidad antártica son los grandes atractivos de este lugar a orillas de la bahía. Se desaconseja la exploración de los alrededores por libre: los guías locales son expertos en fauna salvaje y cuentan con la experiencia necesaria para explorar la zona. El verano permite además nadar entre ballenas beluga, la otra gran atracción de Churchil.

Foto: «Oso polar» de Mexicaans fotomagazijn bajo licencia Creative Commons

Es imposible no ver la gran aguja de 553 metros que sobresale en el perfil urbano de Toronto. Es la torre más alta del hemisferio occidental y los visitantes pueden subir hasta su cúspide en un ascensor de cristal. La torre lleva en pie más de treinta años y se ha convertido en el emblema de la ciudad y en atracción turística (bastante cara, por cierto), como la estructura más alta del mundo que no sostenida por cables. En un día claro y sin niebla, las vistas desde el mirador (Observation Deck) son asombrosas. Cada año recibe más de dos millones de visitantes y, por supuesto, tiene un reputado restaurante giratorio con la bodega más alta del mundo. Aproximadamente la mitad de los residentes de la zona de Toronto nacieron en otro país, por lo que no es de extrañar la presencia de barrios como Little Italy, Chinatown, Little Korea, Greektown y Little India. Los mercados, las llamativas tiendas, los barrios bohemios y la abundancia de arte consolidan la reputación cosmopolita de Toronto.

Foto: PanamericanWorld

Sin temor a exagerar, se puede decir que la isla de Vancouver lo tiene todo. Es la mayor masa de tierra habitada frente a la costa de Norteamérica y su principal centro urbano, Victoria, cuenta con tiendas bohemias, cafés con suelos de madera y un pasado inglés de bebedores de té. En la bucólica Pacific Rim National Park Reserve encontramos el West Coast trail, donde un océano azotado por el viento se junta con una impresionante naturaleza virgen y los surfistas hacen cola para coger olas. Y además está Cheewhat Giant, el mayor gigante arbóreo del país: 55 metros de altura, 18.3 de perímetro y 449 metros cúbicos de volumen. Pero sobre todo estamos en la tierra ideal para los amantes de los deportes al aire libre: esquí, kayak, senderismo, ciclismo… Todos fácilmente accesibles y a la puerta de casa.

Foto de Jonathan W bajo licencia Creative Commons.

La isla de Baffin es el desolado y brutal hogar de los inuit, con montañas que rozan las nubes y una isla que concentra a la mitad de la población de Nunavut. La joya de la isla es el Auyuittuq National Park, cuyo nombre significa la tierra que nunca se derrite y, de hecho, su zona oriental está cubierta por glaciares, fiordos y acantilados de vértigo; un atractivo irresistible para excursionistas y escaladores, y más de un oso polar. Baffin también es un centro de arte inuit y en sus diminutos pueblos proliferan estudios donde se realizan tallas, estampados y tejidos de alta calidad. La región de Baffin abarca la constelación de islas situadas al este de Nunavut y el Ártico. Se extiende desde las illas de James Bay hasta los picos de la isla Ellesmere, 3.000 kilómetros al norte.

Más información en la nueva guía Lonely Planet de Canadá, ‘Lo mejor de Canadá’ y en www.lonelyplanet.es