Desde la década de los noventa, del siglo pasado, una creciente diáspora de bailarines cubanos ha encontrado trabajo en las más prestigiosas compañías de ballet de Estados Unidos y Europa.

Si bien este fenómeno plantea desafíos como la fuga de cerebros para las instituciones cubanas, también ha permitido el surgimiento de figuras extraordinarias que llevan el talento cubano a los grandes escenarios internacionales. La excelente preparación que reciben en Cuba les abre las puertas de las mejores compañías, donde alcanzan gran renombre gracias a su impecable técnica y expresividad. En este artículo repasamos la trayectoria de 6 descollantes figuras.

Carlos Acosta

El genial bailarín Acosta disfrutó de una aclamada carrera internacional sin romper vínculos con su tierra natal. Tras graduarse de la Escuela Nacional Cubana de Ballet, ganó la medalla de oro en el prestigioso concurso de Lausana, en 1990. Ese logró le permitió incorporarse al English National Ballet de Londres siendo muy joven.

Su técnica prodigiosa y carisma arrollador le valieron ascender rápidamente al rango de Principal Dancer en el Royal Ballet de Londres, la compañía más importante del Reino Unido. Durante casi 30 años en Europa, Acosta se consagró como una superestrella mundial, solicitado como artista invitado por los teatros más emblemáticos.

Acosta regresó periódicamente para actuar en el Festival Internacional de Ballet de La Habana, donde cautivó al público local. También coreografió en la isla e hizo girar por el mundo a bailarines del Ballet Nacional de Cuba (BNC). Luego de retirarse de los escenarios en 2016, redirigió su carrera hacia el desarrollo de la innovadora compañía Acosta Danza, con sede en La Habana. Su modelo artístico y económico transnacional ha sido visionario para potenciar el ballet cubano.

José Manuel Carreño

Apodado «el bailarín del milenio», Carreño construyó una fulgurante carrera internacional que lo llevó a consagrarse como uno de los máximos astros del ballet mundial. Tras graduarse en Cuba como bailarín y coreógrafo, en 1993 fue contratado por el English National Ballet.

Su impresionante talento técnico y expresivo le valió rápidamente ascensos hasta obtener, en 1997, un lugar como Principal Dancer en el American Ballet Theatre (ABT), la compañía de ballet más importante de Estados Unidos.

En el ABT, Carreño alcanzó un estatus de superestrella por sus formidables interpretaciones de roles protagónicos en obras clásicas del repertorio. Además de bailarín estelar, se desempeñó como coreógrafo residente del ABT. A pesar de radicarse en Nueva York, nunca dejó sus lazos con Cuba. Regresó en repetidas ocasiones como artista invitado estelar del BNC.

Lorna Feijóo

Lorna Feijóo, originalmente formada en la Escuela Nacional de Ballet de Cuba, logró una destacadísima carrera profesional en Estados Unidos. En los años 1990, aún como miembro del BNC, Feijóo cautivó al público cubano con sus interpretaciones, convirtiéndose en una de las jóvenes bailarinas más queridas.

En 2001, mientras el BNC se presentaba en una gira por EE.UU., Feijóo decidió quedarse para buscar oportunidades profesionales. Rápidamente se incorporó al Boston Ballet, una de las compañías más importantes del país, donde ascendió al máximo rango de Principal Dancer.

Su gran técnica y musicalidad impecable la han consagrado como una artista emblemática del Boston Ballet. Aun estando lejos, Feijóo siempre expresó añoranza por actuar nuevamente ante los espectadores cubanos que la vieron crecer. Tuvo su ansiado reencuentro en 2018, cuando fue invitada para el Festival Internacional de Ballet de La Habana, donde recibió una gran acogida.

Taras Domitro

El virtuoso bailarín Taras Domitro alcanzó la cima del ballet norteamericano luego de una formación inicial en Cuba. Domitro se graduó en 1996 de la prestigiosa Escuela Nacional de Ballet cubana y ese mismo año ingresó al cuerpo de baile del BNC.

El joven destacó por su técnica impecable y presencia escénica. En 2002, mientras el BNC se encontraba de gira, Domitro decidió permanecer en Canadá y solicitar asilo político. Poco después fue reclutado por el San Francisco Ballet, la más antigua compañía de EE.UU. Allí tuvo un ascenso meteórico, convirtiéndose en Principal Dancer en apenas dos años.

Desde 2017 es un bailarín independiente.

Javier Torres

Tras ingresar a la escuela de baile en Santa Clara, Torres se convirtió en primer bailarín del BNC.

Su talento interpretativo llamó la atención en el ambiente dancístico internacional. Durante unas vacaciones en el Reino Unido, Javier fue invitado a formar parte del Northern Ballet, una de las compañías de ballet más importantes de ese país. Este fue un paso decisivo, que lo llevó a radicarse en Inglaterra.

Su versatilidad para adaptarse a diferentes estilos de baile le permitió brillar en el Northern Ballet. Papeles como el de Rochester en «Jane Eyre» consolidaron su prestigio como bailarín.

Yolanda Correa

Correa inició su carrera en el ballet con 9 años. Demostró talento y capacidad de adaptación al convertirse en figura principal del Ballet Nacional de Cuba en 2005. Buscando expandir su carrera, audicionó y bailó en el Ballet Nacional de Noruega, donde pudo ampliar su repertorio y trabajar con coreógrafos modernos como William Forsythe.

Combinando la técnica cubana con la europea, Correa desarrolló un estilo propio que la llevó a destacar y a ser nombrada primera figura del Ballet de la Ópera de Berlín en Alemania, donde lleva ya varios años.

A sus 40 años, y en etapa de retiro de los escenarios, Correa inició una nueva carrera como modelo en el mundo artístico. Prefiere enfocarse en perfeccionar su técnica y dar lo mejor sobre el escenario, fijando nuevos retos y metas por alcanzar.

Mirando al futuro

La creciente aceptación de la nación cubana como una comunidad diaspórica brinda la posibilidad de relaciones más estrechas y colaboraciones entre los bailarines en la isla y en el extranjero. El modelo de Acosta Danza apunta a los beneficios artísticos y económicos de esta perspectiva.

El intercambio entre bailarines locales y de la diáspora tiene gran potencial para enriquecer el panorama del ballet nacional. Las reglas más permisivas también auguran que futuras figuras puedan emular la fluidez de movimientos de Carlos Acosta entre Cuba y otros centros mundiales de ballet.

De este modo, aun con todos los retos que afronta, el ballet cubano tiene motivos para mirar al futuro con optimismo. Su talento parece inagotable, por lo que es de esperar que sigan surgiendo luminarias que lleven su arte a los más encumbrados escenarios internacionales. La globalización del ballet está lejos de detenerse, y los bailarines cubanos tienen mucho que aportar en ese proceso.