Panamá, un país conocido por su canal interoceánico y su vibrante economía de servicios, está dando pasos hacia un modelo económico que podría transformar su futuro: la economía circular.
Este enfoque, que busca reducir el desperdicio, maximizar el uso de recursos y fomentar la sostenibilidad, no solo responde a los desafíos ambientales globales, sino que también ofrece lecciones valiosas para otras naciones en desarrollo.
El desafío de los residuos en Panamá
Panamá enfrenta un problema crítico: la gestión de residuos. Con una producción diaria de aproximadamente 1.2 kilos de desechos per cápita, según datos de la Cámara de Reciclaje de Panamá, el país supera el promedio de América Latina (1 kilo). Sin embargo, solo recicla un 5% de lo que genera, lo que lo posiciona como el segundo país de la región con mayor producción de desechos por habitante, detrás de Chile. Lugares como Cerro Patacón, el principal vertedero de la capital, reflejan esta crisis: un sitio a cielo abierto que se ha convertido en un foco de contaminación y un problema de salud pública.
Un modelo lineal agotado
Históricamente, Panamá ha operado bajo un modelo económico lineal: extraer, producir, consumir y desechar. Este sistema, aunque funcional para el crecimiento económico en décadas pasadas, es insostenible en un mundo donde los recursos naturales son finitos. En 2020, por ejemplo, se estimó que 77,285 toneladas de plástico no se gestionaron adecuadamente, terminando en vertederos o contaminando ecosistemas marinos. Esta realidad ha impulsado un cambio de mentalidad hacia la economía circular, que propone un ciclo continuo donde los residuos se convierten en recursos.
Pasos hacia la circularidad
Aunque la transición de Panamá hacia la economía circular está en sus primeras etapas, el país ha dado pasos significativos que podrían servir de inspiración. Desde políticas públicas hasta iniciativas privadas, se está tejiendo una red de esfuerzos para revertir el daño ambiental y económico.
Legislación y políticas públicas
En 2023, la Asamblea Nacional de Panamá comenzó a debatir el Proyecto de Ley 1090, una iniciativa que busca establecer un Plan Nacional de Economía Circular. Este proyecto no solo promueve el reciclaje, sino que incentiva a las empresas a adoptar prácticas sostenibles desde el diseño hasta la venta de productos. Además, propone un fondo de incentivos para fomentar la cultura del reciclaje y la creación de programas educativos en universidades orientados a la sostenibilidad. Aunque aún no se ha aprobado, este esfuerzo legislativo refleja un compromiso político con el cambio.
En paralelo, el Ministerio de Ambiente (MiAmbiente) ha impulsado la creación del Centro de Economía Circular, en colaboración con el Consejo Nacional de la Empresa Privada (Conep) y el Sindicato de Industriales de Panamá (SIP). Este centro busca ser un espacio de innovación y educación, transformando el actual Centro Nacional de Producción Más Limpia en un hub para desarrollar modelos de negocio circulares.
Iniciativas locales y colaboración
A nivel comunitario, programas como «Basura Cero» en el Municipio de Panamá han demostrado que la sensibilización ciudadana es clave. Este plan piloto, apoyado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), incluye componentes de educación, logística y normatividad para reducir, reutilizar y reciclar residuos.
Otro ejemplo es «Reciclar Paga», una iniciativa que recompensa a los ciudadanos por separar y entregar materiales reciclables. Proyectos como este no solo reducen la cantidad de desechos en vertederos, sino que también generan ingresos para comunidades vulnerables, mostrando el potencial económico de la circularidad.
Lecciones desde Panamá
La experiencia de Panamá ofrece varias lecciones que podrían aplicarse en otros contextos, especialmente en países en desarrollo con desafíos similares.
Uno de los mensajes más claros desde Panamá es que la economía circular no puede avanzar sin una alianza entre sectores. La participación del gobierno, las empresas y la sociedad civil ha sido fundamental en cada iniciativa exitosa. Por ejemplo, la Hoja de Ruta de Economía Circular con Enfoque de Cambio Climático, publicada por el PNUD en 2024, enfatiza el trabajo colaborativo y la inclusión de la perspectiva de género como pilares para una transición efectiva. Este enfoque reconoce que la sostenibilidad no es solo un asunto ambiental, sino también social y económico.
Educación como motor de cambio
Panamá ha entendido que cambiar el modelo económico requiere un cambio cultural. Programas de sensibilización en escuelas, universidades y empresas están sentando las bases para que las futuras generaciones vean el reciclaje y la reutilización como normas, no como excepciones.
A pesar de su tamaño, Panamá demuestra que las soluciones locales pueden tener un impacto significativo. Iniciativas como el reemplazo de bolsas plásticas de un solo uso por opciones reutilizables o biodegradables muestran cómo medidas específicas pueden escalarse con el tiempo. Este enfoque pragmático es un recordatorio de que la circularidad no requiere transformaciones masivas inmediatas, sino avances consistentes y adaptados a las realidades locales.
Retos pendientes
A pesar de los avances, Panamá enfrenta obstáculos que también son lecciones. La falta de infraestructura para el reciclaje y la gestión de residuos sigue siendo un cuello de botella. Además, la coordinación entre instituciones públicas y privadas es inconsistente, lo que retrasa la implementación de políticas. La dependencia de importaciones y la falta de diversidad económica también limitan el potencial de la circularidad, ya que muchos productos no se diseñan ni se producen localmente con un enfoque sostenible.
Un futuro circular posible
Panamá está en una encrucijada. Puede seguir el camino del crecimiento económico tradicional, agotando sus recursos, o liderar en la región como un ejemplo de sostenibilidad. La economía circular no es solo una solución ambiental; es una oportunidad para generar empleos verdes, reducir costos de producción y mejorar la calidad de vida. Si el país logra superar sus retos y consolidar sus iniciativas, podría convertirse en un modelo para América Latina, demostrando que incluso naciones pequeñas pueden estar a la vanguardia de la transformación global.
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