Cuando el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, entregó al primer ministro canadiense Mark Carney un boleto simbólico del Mundial durante una reunión en Ottawa, el gesto pareció un mensaje de esperanza. Para millones de canadienses, ver una Copa del Mundo masculina en casa es algo irrepetible. Sin embargo, a medida que avanza la segunda fase de venta de entradas, el entusiasmo se mezcla con desilusión.

Los precios reales han roto expectativas. La promesa de boletos a 60 dólares estadounidenses, presentada por la FIFA como un “punto de acceso asequible”, fue más un espejismo que una oportunidad. En Toronto y Vancouver, esas localidades de “Categoría 4” apenas existen: son pequeñas franjas en los planos de los estadios. En la práctica, la mayoría de las entradas disponibles superan los 400 a 2 000 dólares, mientras que los paquetes VIP alcanzan cifras de decenas de miles.

El deporte más popular del planeta se enfrenta a una contradicción incómoda: el Mundial que debía ser de todos se está volviendo inaccesible para muchos.

La lotería del sueño

La demanda fue monumental. Más de 4,5 millones de personas de 216 países participaron en la primera fase del sorteo. En Canadá, donde la selección nacional jugará por primera vez una Copa del Mundo en su territorio —el 12 de junio en Toronto y luego el 18 y 24 en Vancouver—, los boletos se agotaron a velocidad récord.

Para quienes se quedaron fuera, la FIFA abrió un nuevo proceso llamado “Early Ticket Draw” (Sorteo Anticipado de Entradas), que estuvo disponible hasta el 31 de octubre. Los residentes de Canadá, México y Estados Unidos tienen una ventana exclusiva para comprar entradas antes de la venta global del 15 de noviembre. En esta fase, el 75 % de los boletos se reservará para los tres países anfitriones.

Pero incluso esa ventaja tiene letra pequeña. Los afortunados ganadores del sorteo recibirán horarios específicos —entre el 12 y el 15 de noviembre— para acceder al sistema de compra. Y no hay garantía de que queden entradas cuando llegue su turno. “Es como hacer fila para alcanzar un sueño”, escribió una aficionada canadiense en X, “solo que el sueño cuesta más que mi renta mensual”.

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Precios dinámicos, ansiedad creciente

Por primera vez, la FIFA aplica el sistema de precios dinámicos, similar al de las aerolíneas o los conciertos. Las tarifas cambian según la demanda y el momento, lo que en teoría refleja el “valor real de mercado”, pero en la práctica genera angustia.

El promedio de los boletos en la fase de grupos ronda los 546 dólares canadienses en Toronto y 354 en Vancouver. El debut de Canadá en el BMO Field empezó cerca de los 500 dólares y rápidamente escaló en el mercado secundario. A finales de octubre, boletos de categoría 3 que costaban unos 1 000 dólares ya se revendían por más de 11 000 en la plataforma oficial de FIFA.

La ecuación es clara: cuanto más cerca del campo, más alto el precio. Las entradas de Categoría 1 superan los 2 400 dólares, y hasta los asientos más alejados se vuelven prohibitivos para muchos fanáticos.

Dos ciudades, una misma fiebre

Vancouver y Toronto viven el Mundial con orgullo y desespero a la vez. BC Place acogerá siete partidos, incluidos dos de Canadá, mientras que el BMO Field tendrá seis, empezando con el histórico debut del equipo nacional.

Pero la emoción choca con la realidad económica. En dos de las ciudades más caras del continente, pagar más de mil dólares por una entrada es un lujo inalcanzable.

Un espectáculo global con retos locales

La FIFA ya vendió más de un millón de entradas a aficionados de 212 países. El torneo tendrá 104 partidos en 16 sedes de América del Norte, con 7,1 millones de asientos en total. Sin embargo, nadie fuera de la organización sabe cuántos realmente llegarán al público general.

En Canadá, la oferta es aún más limitada: BC Place rondará los 54 000 asientos y BMO Field apenas 45 000, incluso tras sus ampliaciones. Menos espacio, más demanda, precios más altos.

El reto de la FIFA será equilibrar ingresos y legado. Si la organización busca maximizar beneficios a costa del acceso local, corre el riesgo de convertir una fiesta nacional en un evento exclusivo.

Políticas migratorias y obstáculos extra

A las dificultades económicas se suman los problemas logísticos. La FIFA ha recordado que poseer una entrada no garantiza el ingreso al país anfitrión. Cada espectador deberá cumplir con los requisitos migratorios correspondientes.

Las tensiones políticas en Estados Unidos ya provocaron cambios de sede en partidos amistosos por demoras en visados. Aunque Canadá y México serán más flexibles, la naturaleza trinacional del torneo añade complejidad para quienes planean seguir a sus equipos a través de fronteras.

Reventa y falsa sensación de acceso

Para quienes no logran comprar directamente, el mercado de reventa es la única opción, aunque llena de trampas. La plataforma oficial de la FIFA no ha evitado los precios abusivos: algunos boletos se ofrecen a más de veinte veces su valor original.

La organización insiste en que la transparencia del sistema “maximiza el acceso”. En realidad, beneficia a quienes pueden pagar primero. Las cámaras mostrarán estadios llenos, pero muchos verdaderos aficionados estarán en bares o parques, viendo desde lejos el Mundial que no pudieron pagar.

Una celebración que sigue viva

Aun así, la pasión no se apaga. Cuando el trofeo del Mundial visitó Vancouver en agosto, miles de personas esperaron horas solo para verlo unos segundos. Cada correo de “solicitud rechazada” que envía la FIFA alimenta la ansiedad, pero también la esperanza de una segunda oportunidad.

Del 11 de junio al 19 de julio de 2026, el planeta fútbol mirará hacia Canadá. Toronto y Vancouver mostrarán su diversidad, su entusiasmo y una identidad futbolística que ha madurado a pulso.

Pero el legado del torneo no dependerá solo de los goles. También se escribirá con las historias de quienes intentaron, sin éxito, ser parte de la fiesta. El Mundial que prometía ser el más inclusivo de la historia todavía tiene una deuda pendiente: que el precio del acceso no se convierta en su propio fuera de juego.