Luis Tiant Jr. y Dayron Varona comparten varios elementos: ambos comenzaron sus carreras deportivas en Cuba y luego decidieron continuar su vida en Estados Unidos. Allí, Tiant se consolidó como una estrella del montículo y en 19 campañas ganó 229 partidos—la mayor cantidad entre los lanzadores cubanos—, asistió a tres Juegos de las Estrellas y obtuvo un anillo de Serie Mundial. La historia de Varona no ha sido tan exitosa. En las Series Nacionales este camagüeyano, de 28 años, despuntó como un gran talento y en siete temporadas finalizó con promedio ofensivo de 310, con 38 cuadrangulares; sin embargo, todavía no ha podido saltar a las Mayores y ha transitado por diferentes equipos en las Menores, incluida la Liga puertorriqueña.  Ahora los dos regresan a su país natal, para formar parte de un histórico acontecimiento: el partido amistoso entre la selección nacional y los Rays de Tampa Bay.

Ante más de 50 mil fanáticos en el Estadio Latinoamericano, entre ellos el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, Tiant hará, junto a Pedro Luis Lazo—el lanzador con más victorias en Series Nacionales—, el primer lanzamiento de un desafío cargado de simbolismo. Mientras, Varona, quien trata de ganarse un puesto en la nómina de 40 jugadores de los Rays, recibió una invitación especial de la directiva de la franquicia y no solo hizo el viaje, sino que será titular y ocupará el primer turno al bate.

El retorno de estos dos jugadores quedará como otro ejemplo de la transformación que vive Cuba, pues durante décadas los peloteros que salieron del país fueron “olvidados” por el discurso oficial. Incluso, todavía los atletas que abandonan la isla por vías ilegales—por lo general en barco— deben permanecer hasta ocho años en el exterior antes de recibir autorización para regresar al país.

En el juego diplomático que escenifican Washington y La Habana desde el 17 de diciembre de 2014—en realidad, desde antes—, el béisbol ha sido una pieza muy interesante, porque ambos gobiernos entienden que, entre los elementos que comparten los dos pueblos, está una desenfrenada pasión hacia este deporte.

Durante la primera mitad del siglo XX, la relación entre el béisbol organizado estadounidense y Cuba fue muy estrecha. En el recuento histórico no pueden faltar las llamadas “Series Americanas”, en las que diferentes equipos de las Mayores jugaron en la isla frente a selecciones profesionales cubanas. Estas series involucraron desde Ty Cobb hasta Babe Ruth. Además, Cuba estuvo cerca de convertirse en la primera nación—algo que logró luego Canadá—en tener una franquicia en las Mayores, con los “Reyes cubanos del azúcar”.

El Gran Stadium del Cerro fue sede, hasta 1958, de juegos del entrenamiento primaveral y era muy común que los equipos de la Liga profesional cubana—que comenzaba después del final de la Serie Mundial—incluyeran en su nómina a no pocos peloteros estadounidenses. Después del triunfo de la Revolución, en 1959, los vínculos entre Grandes Ligas y Cuba se fueron enfriando, hasta desaparecer por completo en 1961. Ante el fin del profesionalismo, decretado por las autoridades cubanas, varios de los mejores jugadores del país decidieron continuar sus carreras en Estados Unidos, entre ellos Orestes Miñoso, Tony Oliva, Camilo Pascual y Tony Pérez, por solo citar a cuatro de los más destacados.

La distancia se mantuvo por casi cuarenta años, hasta que ocurrió un hecho que marcó el comienzo del fin del enfriamiento: los partidos amistosos entre los Orioles de Baltimore y la selección cubana, celebrados en el Estado Latinoamericano y en Camden Yards, en 1999. Aquel duelo terminó igualado a un triunfo por cada bando; pero, en realidad, lo más importante no fue el resultado, sino el regreso de un equipo de las Mayores a Cuba y la posibilidad de que directivos de ambas partes (el entonces Comisionado Bud Selig lideró la delegación) conversaran sobre diversos temas.

Algunas cosas cambiaron después de aquellos desafíos. Las autoridades cubanas solo permitieron la contratación de atletas en equipos profesionales en 2013 y sobre esa fecha fue que los medios de comunicación en Cuba comenzaron a difundir informaciones vinculadas con las Grandes Ligas. Mientras,  ante la crisis económica que vivió el país en ese período, cada vez más peloteros optaron por salir de manera ilegal, en la búsqueda del sueño de jugar en las Mayores. Algunos triunfaron y se convirtieron en millonarias estrellas, desde Orlando “el Duque” Hernández hasta José Ariel Contreras, mientras otros deambularon por las ligas menores hasta pasar al retiro.

No obstante, ni siquiera la apertura de las autoridades cubanas a la contratación facilitó el acercamiento, porque de por medio estaba el Bloqueo de Washington, que impedía que las franquicias firmaran a cualquier pelotero cubano que continuara viviendo en la isla. Frente a esto, no pocos jugadores encomendaron su suerte a los contrabandistas que los sacaban del país, a cambio de una parte importante del futuro contrato que firmara ese atleta. Hubo extorsiones con juicios todavía pendientes e historias dramáticas como las de Yasiel Puig que podrían servir de inspiración a un guionista de Hollywood.

BÉISBOL DESPUÉS DEL DESHIELO

Durante mucho tiempo se especuló sobre medidas que podría implementar la Administración Obama para propiciar la contratación de cubanos en Grandes Ligas, en el contexto del deshielo entre los dos gobiernos. La MLB había abogado por un sistema seguro que le permitiera acceder a los talentos cubanos, de una manera más rápida; mientras, para las autoridades del béisbol en la isla también era favorable la medida, porque con ella  disminuirían—y podrían desaparecer—las salidas ilegales; además, al cobrar los impuestos por cada contratación, mejoraría la situación económica de la Federación. Por tanto, era “ganar – ganar”.

Todo parecía indicar que el primer pelotero en llegar a las Mayores, sin necesidad de abandonar el país, sería Yuliesky Gourriel; pero este, junto a su hermano, abandonó la delegación cubana tras concluir la Serie del Caribe, en República Dominicana y muchos pensaron que esto enfriaría nuevamente la relación. No ocurrió así y quedó confirmado el partido amistoso entre los Rays y  la selección cubana.

En el paquete de nuevas medidas aprobadas por los departamentos del Tesoro y el Comercio apareció, finalmente, la que todos estaban esperando: organizaciones de Estados Unidos podrían compensar a atletas cubanos (no solo de béisbol) “siempre y cuando su receptor no esté sujeto a ninguna valoración tributaria especial en Cuba” y “no se realicen pagos adicionales al gobierno cubano en conexión con dicho patrocinio o contratación.” Este último acápite se presta a múltiples interpretaciones, ya que, de acuerdo con la ley cubana, los contratados reciben una carga fiscal especial del 10% del monto recibido. ¿Invalidaría esto las futuras contrataciones? Al menos por el momento no está claro.

En este contexto llegan los Rays a La Habana, con Luis Tiant Jr. como invitado especial y Varona en la nómina. Poco importará nuevamente el resultado del desafío—aunque los cubanos aseguran que jugarán a ganar—, porque, al igual que sucedió con los Orioles, 17 años atrás, la presencia de una franquicia de Grandes Ligas en la capital cubana pondrá a los fanáticos de los dos países a hablar un idioma compartido: el del béisbol.