El Día de Muertos es una celebración que se extiende a lo largo de México y otros países latinoamericanos. Para los mexicanos se trata de una fecha muy importante en la que se hacen visitas a los cementerios, se realizan ofrendas y altares.

Durante estas fechas no es poco común en México ver cómo las calles, los edificios públicos e incluso las casas cambian de decoración; cómo una gama de colores llamativos toma posesión de los espacios más vistosos de esos lugares. El Día de Muertos ha llegado y con ello una cascada de papeles picados, coloridas calaveras de azúcar y otros materiales, juguetes de cartón, flores de cempasúchil que incendian con su color naranja y resaltan aún más sus tonalidades al estar acompañadas de velas y veladoras que arden sin tregua en altares y ofrendas.

Para los mexicanos este día no pasa desapercibido. Y es que hay mucho que hacer, mucho que limpiar, decorar, cocinar y, por supuesto, mucho para comer y tomar. Lo cierto es que si buscamos los orígenes de esta compleja celebración a la muerte y a los difuntos nos encontraremos hurgando en la historia de los pueblos originarios y la inevitable transformación de sus costumbres con la llegada de los españoles y la profunda influencia de la religión católica.

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Actualmente la celebración es promovida por las secretarías de cultura y turismo dentro y fuera del país. No es para menos, las distintas expresiones de esta celebración en México son llamativas e interesantes, contienen una riqueza que nos habla de ese sincretismo religioso y cultural ocurrido durante la época de la Colonia y se ha convertido en una tradición que forma parte del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.

Esto propicia una promoción que muestra la parte más luminosa de una sociedad tan compleja y diversa como es la mexicana, y también, por otro lado, permite observar las oscuridades de una tradición que es usada casi como una estampa perfecta de México, su riqueza cultural y su misticismo que tanto eco tiene fuera del país.

DOS MÉXICOS

Para los pueblos originarios de México, la muerte tenía otro significado del que tiene para un mexicano actual. La muerte figuraba, en todo caso, como parte de un ciclo interminable entre la vida y la muerte. El sentido de castigo, expiación de culpas y lugares paradisíacos e infernales llegaron con la religión católica con la que se evangelizó a los indígenas que quedaron con vida tras la Conquista.

La conmemoración del día de los Fieles Difuntos fue establecido por la Iglesia Católica hacia 1049 y es adjudicado a San Odilón, Abad de Cluny. Se dice que fue a través de una revelación que este monje estableció el 2 de noviembre para dedicarlo al recuerdo de los difuntos, así como para las ánimas del purgatorio. Más tarde, ya para el siglo XIII, era aceptada esta fecha en el calendario de la Iglesia Católica para visitar los cementerios.

Cuando la llamada conquista espiritual se consumó en México, a principios del siglo XIX, la fecha ya presentaba varias de las costumbres que aún prevalecen: las ofrendas de flores y comidas en los cementerios, la venta y consumo de pan, la música, las veladoras; así como expresiones como las Calaveritas literarias y las famosas representaciones pictóricas de las calaveras y catrinas en distintas situaciones como fiestas y bailes que tanta presencia tienen hasta nuestros días.

En algunos lugares de México, los festivales del Día de Muertos incluyen concursos de las conocidas «calaveritas literarias». Estas composiciones en verso con un tono jocoso y de sátira a modo de epitafio fueron publicadas por primera vez en 1879, en el periódico El Socialista, de Guadalajara. Hoy tan comunes, promovidas incluso en las escuelas o en la radio, por nombrar algunos lugares, en el siglo XIX tenían serios detractores por su carácter «poco culto». Un ejemplo de una calaverita puede ser la siguiente de José Guadalupe Posada, llamada Revumbio de calaveras:

En el libro Día de Muertos, de la Universidad Autónoma Metropolitana, puede encontrarse una investigación muy interesante al respecto de este día en la sociedad de la Ciudad de México del siglo XIX. En él se nos explica que el 2 de noviembre se convirtió en un día para estrenar ropa y pasear por el Zócalo y la Alameda; un día para ir al teatro a ver El Tenorio, pero también nos habla de las profundas distinciones que existían (y existen) entre las clases altas y bajas. Por ejemplo: la visita en los cementerios se hacía en la mañana por las clases privilegiadas y en la tarde el resto. Las ofrendas que podían verse en las tumbas de las familias ricas eran coronas de terciopelo, mientras que en las de clases bajas se distinguían con las flores de cempazuchitl.

No es poco común que una celebración de la Iglesia Católica coincida con una festividad de los pueblos originarios, muestra viva, tal vez, del sincretismo religioso. En este caso, el día de los difuntos coincide con las ceremonias relacionadas con los ciclos de la agricultura y los festejos a la fertilidad que celebraban los indígenas a finales de octubre y principios de noviembre.

CALAVERAS, UN ÍCONO DEL DÍA DE MUERTOS

Las famosas calaveras que son un símbolo representante de esta fecha encuentra sus orígenes, o al menos así lo expresan distintos autores, en el tzompantli, muro de calaveras que tanto toltecas, mexicas y mayas elaboraban y que figuraban en lugares especiales en sus ciudades como frente a los templos de los dioses de la agricultura, del Sol y las campos para el juego de pelota.

El tzompantli, que en nahua significa “hilera o fila de cráneos”, eran altares en donde se exponían los cráneos de prisioneros de guerra y esclavos que eran sacrificados para honrar a sus dioses.

La construcción y uso de estos altares es relatada por Alfonso Caso, arqueólogo mexicano: “el sacrificio más común consistía en arrancar el corazón a la víctima, ofreciéndolo enseguida al Dios; para ello, cuatro sacerdotes sujetaban al sacrificado, que colocado sobre una piedra (llamada “Techcatl”) por sus extremidades, un quinto sacerdote ejecutaba la operación con un cuchillo de pedernal, con el que le daba un golpe en el pecho para arrancarle el corazón; que era después, ofrecido a los dioses. La sangre era dada a gustar a los ídolos; la carne, tenida por divina, era comida y el corazón era depositado en un recipiente llamado cuauxicalli”.

Las representaciones de dioses con sus cráneos descarnados, por su parte, se extiende también a lo largo de las culturas más importantes de México. Coatlicue, Mictlantecuhtli, Mictecacihuatle y el día Miquiztli de los mexicas. Ah Puch y Kisín para los mayas. Así como eran comunes las ofrendas funerarias de calaveras talladas en el sur de Mesoamérica y en la costal del Golfo de México.

El cempazúchitl o cempasúchil (Tagetes erecta) es, sin duda, uno de los elementos representativos del día de muertos. Su nombre en nahuatl significa «flor de veinte pétalos». Su florecimiento se da luego de la temporada de lluvias, justo para la temporada de celebración del Día de Muertos. Su color y su atractivo se hace presente en los altares y ofrendas que se realizan en estas fechas.

No son las únicas flores que figuran en la celebración del Día de Muertos, también la flor de terciopelo, gladiolos y nube son las más usadas para los adornos y altares. En nuestros días, la flor de cempazúchitl es apreciada y, como decíamos, es un ícono de estas fechas, sin embargo, no siempre fue así. En el siglo XIX se le consideraba una flor de las clases bajas, es decir, una flor «de poca clase». Su intenso color y olor, hoy apreciados, fueron suficientes para criticar el uso de estas en los altares y ofrendas en los cementerios. Hoy, por el contrario, sería impensable no verle figurar en la Noche de Muertos o en celebraciones específicas como en Tzintzuntzan o Janitzio en Michoacán en donde, prácticamente, cubren todo el cementerio.

De esta flor podemos encontrar varias leyendas adjudicadas a las culturas originarias de México y en donde se relata su significado, así como la fascinación que provocan con su color y aroma característicos. Por ejemplo, se dice que los mexicas la utilizaban para distintas celebraciones religiosas y actualmente está intrínsecamente ligada al Día de Muertos. Es muy preciada en Oaxaca, Guerrero y en San Andrés Mixquic, uno de los lugares más representativos de esta celebración.

NO UNO, NI DOS, MUCHOS MÉXICOS

En los distintos estados de la República Mexicana los festejos en estas fechas son muy diferentes entre sí. Algunas expresiones son únicas y otras comparten algunos elementos. Una de las primeras la podemos encontrar al norte del país, en Valle de Allende, Chihuahua. Se trata de la tradición llamada «Los seremos», una práctica que tiene cuatro siglos realizándose.

Así como esta tradición es única, hay muchas otras a lo largo de México que lo son y nos recuerdan que México es un país multicultural, conformado por comunidades muy distintas. Es por esto que llama la atención que la celebración del día de muertos con altares escalonados, papel picado, calaveritas de azúcar, veladoras, flores y comida, si bien conjunta elementos que están presentes en las distintas celebraciones a lo largo de la República, no es una generalidad.

Así pues, encontraremos en Europa medieval y en la historia de la Iglesia Católica los posibles orígenes de elementos tan representativos del Día de Muertos en México: las calaveritas de azúcar, el pan de muerto que surge de la necesidad de representar las reliquias de los santos, las cuales en los siglos pasados fueron de vital importancia para los feligreses católicos. Pero también encontramos en el estudio de esta historiadora los indicios de la verbena popular que en el siglo XIX se ofrecía en la Ciudad de México y de la que hablábamos líneas arriba.

En 1895 en la Revista Azul y firmado por Manuel Gutiérrez Nájera se puede leer sobre esta costumbre del 2 de noviembre:

Lo interesante es detenernos a pensar que dicha celebración, con inconmensurables cambios, sigue presente en la capital del país. No menos este año se convocó a un gran desfile con distintos enfoques de la fecha. Uno de ellos, el más controvertido, es el de James Bond. Es decir, la película Spectre inicia con un espectacular desfile del Día de Muertos, el plano secuencia inicial filmado en el Zócalo capitalino es una de las mejores escenas de la cinta. Sin embargo, hoy es utilizado como inspiración para el desfile del Día de Muertos en la vida real. ¿Qué tan válido es esto para una tradición mexicana o podría decirse que es parte del proceso de transformación que todas las costumbres sufren a través del tiempo?

¿CÓMO SE CELEBRA EL DÍA DE MUERTOS EN ESTADOS UNIDOS?

En Estados Unidos, la celebración del Día de Muertos tiene su propia versión, acaso la más representativa (o comercial) de este día. En algunas ciudades, sobre todo en las que hay una fuerte presencia de mexicanos, hay muestras de dulces típicos, juguetes, máscaras y claro, altares. Las catrinas, famosas por la obra pictórica de José Guadalupe Posada y más tarde por las preciosas artesanías que se confeccionan en varios puntos de México, son más que comunes en estos eventos.

José Guadalupe Posada fue un artista nacido en Aguascalientes que se destacó en la confección de ilustraciones para libros y periódicos. Su obra es extensa y rica en la que se destaca el costumbrismo, el folclore y la crítica política. Se dice que fue Diego Rivera, y después de la muerte de Posada, quien le dio difusión a su obra. En muchos de sus grabados se pueden apreciar calaveras que se divertían en fiestas y convivios. Es considerado precursor del movimiento nacionalista mexicano de artes plásticas y que, más tarde, tomaría gran fuerza con los muralistas.

Las celebraciones del Día de Muertos fue reconocida por la UNESCO como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. No cabe duda que este reconocimiento fomenta el orgullo nacional por esta tradición mexicana. Sin embargo, más allá de esto, las oscuridades en el origen de esta celebración, los tintes políticos y económicos, así como la influencia de otras tradiciones que indudablemente parecen fundirse con las tradiciones mexicanas, nos muestra que toda tradición está viva y sigue evolucionando con el tiempo; y a estas se suman, se quiera o no, modas, influencias de otras culturas y demás cambios que trastocan y cambias las costumbres más arraigadas.