La Habana sigue llena de contrastes, pero esto la hace más real y maravillosa. Existen tantas Habanas como sea capaz de imaginar un paseante inquieto que se acerca por primera vez a la capital cubana.
Hay una Habana que parece una postal turística, donde no pueden faltar el ron, el tabaco, la chica sensual y los hoteles de lujo; también hay otra Habana en decadencia, de lugares lúgubres, con ruinas que alguna vez fueron construcciones y construcciones que hoy son ruinas.
Quedarse con una sola Habana sería una apropiación fragmentada. PanamericanWorld les propone conocer cinco tradiciones gratuitas que puedes vivir en La Habana, para así tener una imagen más completa de esta urbe con más de medio milenio a sus espaldas.
Las vueltas de la buena suerte a la ceiba, en El Templete
Uno de las tradiciones gratuitas más interesantes de La Habana es dar tres vueltas alrededor de una ceiba, ubicada en El Templete, en la Plaza de Armas. Cuenta la leyenda que el 16 de noviembre de 1519, a la sombra de una ceiba, se celebró la primera misa y se constituyó el primer cabildo, por lo que esta es considerada la fecha fundacional de la villa de San Cristóbal de La Habana.
En las religiones afrocubanas, la ceiba es vista como un árbol sagrado, por lo que nadie se atreve a cortarla ni quemarla, sin el permiso de los orishas. Para el sabio cubano Fernando Ortiz, “la ceiba del Templete fue el emblema de la municipalidad de la villa de La Habana y el más antiguo y permanente emblema de libertades ciudadanas que conservamos en Cuba”.
El Templete es un lugar pequeño, de arquitectura neoclásica, que guarda en su interior los restos del pintor francés Jean Bautista Vermay. Este artista pintó tres óleos alegóricos al lugar y que se conservan allí: dos sobre la fundación de la villa y otro sobre la inauguración del monumento, en 1828.
Cada 16 de noviembre, miles de personas llegan hasta El Templete. Allí dan tres vueltas a la ceiba, en sentido contrario a las manecillas del reloj, la acarician, otros la abrazan y algunos echan monedas sobre sus raíces. Luego piden un deseo y se marchan con el anhelo de que su petición sea cumplida.
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Visitar el Cristo de La Habana
El Cristo de La Habana tiene los ojos vacíos, por lo que parece que mira a todos y a nadie en específico. La imponente estatua, de 20 metros de altura y 320 toneladas de peso, está situada en una colina en La Cabaña, desde donde puede divisarse la entrada al puerto de La Habana.
La obra fue creada por la artista Jilma Madera y quedó inaugurada en 1958. En seis décadas ha sufrido el impacto de varios rayos y el mármol blanco de Carrara, con el que se hizo la escultura, ha tenido que ser restaurado en diversas ocasiones.
Hoy es uno de los sitios imperdibles para los visitantes que llegan hasta ese lugar para, a los pies de Cristo, recorrer con la vista la inmensidad de una ciudad que nunca duerme.
Sentarse en el Malecón, una de las tradiciones gratuitas en La Habana
El Malecón habanero se extiende a lo largo de ocho kilómetros, desde el Paseo del Prado hasta la desembocadura del río Almendares. Su construcción comenzó en 1901 y terminó en los años cincuenta del siglo pasado.
Tiene una avenida de seis carriles que facilita la circulación vial por todo el litoral habanero y su muro es uno de los sitios icónicos de la capital cubana. No hay árboles por allí, así que el clima siempre cálido puede asustar a algún caminante; pero lo cierto es que siempre hay personas sentadas en el muro.
Cuando cae la tarde, los habaneros se acercan a su Malecón. El calor nunca termina, pero la brisa que llega del mar invita a los paseantes a disfrutar la puesta del sol. Luego, en la noche, el Malecón “cobra” vida y miles de personas se trasladan hacia lo que se ha convertido en el “sofá de la ciudad”.
Este es un sitio para el encuentro entre amigos, para compartir con la pareja o, simplemente, para descansar las piernas con la vista perdida en el mar.
Las olas chocan incesantemente contra el Malecón; pero este se resiste—a veces sin éxito—a dejarse penetrar. Como la ciudad.
La Habana vista desde el Capitolio
El Capitolio de La Habana es uno de los sitios más reconocibles de la ciudad. La entrada al imponente edificio no es gratuita, pero sentarse en sus impresionantes escaleras sí, y esta es una de las tradiciones más seguidas por los habaneros y los que visitan la ciudad.
La edificación fue inaugurada en 1929. Su diseño está inspirado en tres lugares muy famosos: el Panteón de París, la Basílica de San Pedro, en el Vaticano y el Capitolio de Estados Unidos. Durante décadas acogió las dos cámaras del Congreso de la República y ahora es la sede de la Asamblea Nacional del Poder Popular.
Su escalinata, de 36 metros de ancho y 16 metros de alto, hecha de granito, conduce a la entrada del edificio. Al final de los 55 escalones aparecen dos enormes grupos escultóricos de bronce, de casi siete metros de altura, con pedestal de granito: la estatua que representa al Progreso de la humanidad y otra que simboliza la Virtud.
Después de una extensa y costosa restauración, el Capitolio reabrió las puertas y su escalinata volvió a ser punto de descanso y partida para todos aquellos que recorren la urbe.
La peregrinación al Santuario de San Lázaro o Babalú Ayé en El Rincón
La cultura cubana es una mezcla de la herencia hispana con la africana. Una de las expresiones más visibles de este proceso de hibridación es el sincretismo religioso, en el que se produce una transposición de nombres de santos del panteón africano al cristianismo.
Por ejemplo, uno de los santos más venerados en Cuba, San Lázaro, es Babalú Ayé en la religión yoruba, el guardián de los pobres y enfermos.
Cada 17 de diciembre se cumple una de las tradiciones gratuitas más arraigadas en La Habana, para creyentes y no creyentes: la peregrinación al Santuario o Iglesia de San Lázaro en El Rincón, en la zona oeste de la ciudad.
Ese día, miles de cubanos rinden tributo al santo u orisha. Las imágenes pueden ser impresionantes, porque no pocos realizan el recorrido de tres kilómetros autoflagelándose, de rodillas, a rastras o encadenados a piedras.
Para los visitantes interactuar en esta Peregrinación es una de las mejores formas de comprender la espiritualidad de los cubanos.
Otra tradición infaltable, aunque no gratuita: el Cañonazo de las nueve de la noche
Todos los días, a las nueve de la noche, retumba en La Habana un disparo de cañón, proveniente de la Fortaleza de San Carlos de Cabaña, que fue en algún momento la mayor fortificación militar de España en América.
Hasta 1863 ese cañonazo marcaba el cierre de las murallas que rodeaban la ciudad, como medida de protección ante los ataques de corsarios y piratas. Ni siquiera el fin de las murallas acabó con la tradición y hoy el Cañonazo se mantiene como uno de los espectáculos más llamativos que se realizan en la ciudad.
La entrada a la Fortaleza, desde donde se realiza la ceremonia, no es gratuita; pero vale la pena desembolsar los ocho pesos convertibles que cuesta el ticket. El espectáculo lo realiza una escuadra de soldados, vestidos a la usanza de los españoles, durante el reinado de Carlos III.
Ellos cargan el cañón, encienden la mecha, se apagan las luces de la Fortaleza y la oscuridad envuelve por completo al lugar. Exactamente a las nueve se produce el disparo.
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