“Vamos a andar La Habana amor, siempre buscando el mar”, dice un viejo bolero cubano.

Lo primero que hay que saber es que para, andar La Habana, hay que andarla con atrevimiento, porque existen múltiples Habanas. La Habana es plural, como todas las ciudades que son grandes, o todas las que son viejas, o las que son grandes y viejas al mismo tiempo.

Lo mejor de la Habana es que siempre se contradice. Como es la capital, es el lugar donde todo converge. Hay una Habana de zapatos cómodos y otra de tacón alto, una Habana limpia y con olor a mar y una Habana gangrenosa y moribunda. La Habana a ritmo de rumba, de reggaetón, de bolero, de jazz, también hay un pequeño pedazo de La Habana en silencio.

Todo depende de La Habana que busquemos.

Por eso no es sencillo perderse en La Habana. La ciudad es una cuadrícula y, como reza el bolero, si se camina mucho rato, tarde o temprano, una cortina de vapor ascendente detrás de un muro anuncia que se ha llegado a un lugar, no importa dónde, cerca del Malecón que la rodea.

Pero entre sus muros de agua, La Habana es una ciudad de opciones. Hay tantas opciones como Habanas y, desde hace algunos años, con el auge del sector privado, las posibilidades se han multiplicado aún más.

Los cines, por ejemplo, son alternativas públicas, que, a muy bajo costo, ofrecen variadas programaciones. Los cines, como La Habana, son diversos. El cine Chaplin, ubicado en las calles  23 y 12, en algún momento encarnó los reclamos por un arte comprometido y latinoamericano que representara la resistencia contra las industrias y que propusiera obras de elevada calidad. Ya no es tan así, sin embargo, el Chaplin se mantiene como una instalación de culto, que evoca los sentidos de tiempos pasados y que destina su programación, no a los grandes públicos, sino a los que prefieren ejercitar el pensamiento.

Para los demás, existen otros cines, entre ellos el Yara, el más céntrico, consagrado a la presentación de obras súper populares y que atraen multitudes.  Alrededor de sus notorias esquinas (23 y M) se reúne una buena parte de la comunidad LGTBI cubana en las noches, para escapar del calor.

Preferido también de esa comunidad es el King Bar. Mientras para muchos, el nombre de este establecimiento se pudiera traducir como bar del rey, para una gran parte de los cubanos, el nombre alude a la realización del acto sexual de manera descarnada. Dicho y hecho, King Bar, junto a Reverse, constituyen de los primeros y más populares establecimientos gay friendly  privados en Cuba, aunque no lo anuncien de esa manera.

Popular también son las noches del cabaret estatal Las Vegas y su reconocido show de transformismo, que también se destaca por su trabajo en torno a la educación sexual. Las elegantísimas y peculiares divas de Las Vegas, apuestan por un transformismo diferente, cercano al desborde de sentimientos y en constante interacción con un público que las adora.

Los que prefieren zonas menos diversas, escogen ir a Bolahabana o Bar Sarao. Estos clubes privados resaltan por ser los preferidos de la farándula nocturna habanera. No es extraño encontrar entre sus clientes al cantante de reggaetón de turno. Lugares como estos se caracterizan por el elevado precio de entrada y de sus ofertas, así como el acompañamiento de música comercial, por lo que no suele ser escogido por estudiantes, intelectuales, artistas.

Estos prefieren sitios estatales como el Piano Bar Diablo Tun Tun, muy exitoso entre los universitarios cubanos que persiguen peñas de artistas y trovadores como Ray Fernández o Frank Delgado, conocidos por su música más reflexiva y crítica. El Pepito´s bar y el Buda, son otros espacios para los que van a contracorriente.

En esta misma cuerda y también a medio paso entre lo particular y lo público se encuentran varios cafés, como el Fortuna´s Joe o el Mamá Inés. Estos centros devienen sitios para conversar principalmente, y disfrutar de un ambiente bohemio y artístico, mientras se degusta una deliciosa infusión.

Para degustar, La Habana también tiene opciones que van desde la popular Guarida, antiguo set de filmación de la película cubana Fresa y Chocolate y espacio frecuentado por representantes de la realeza europea, artistas reconocidos internacionalmente y personalidades del mundo de los negocios o la recientemente visitada por el presidente estadounidense Barack Obama, San Cristóbal, o El Floridita, lugar preferido por el escritor Ernest Hemingway para disfrutar del daiquirí; hasta iniciativas más modestas e íntimas como el restaurant D´ Lirio, frente al Capitolio nacional o la elegante Mimosa, pizzería ubicada en el popular Barrio Chino.

Los que prefieren caminar y no pagar nada, tienen los parques de La Habana, sus plazas, sus edificios maravillosos (por su belleza y por la posibilidad de mantenerse en pie), sus bulevares y avenidas. Dos de ellas, la calle Obispo y la avenida Reina, son alegorías perfectas de las múltiples Habanas. La primera, adoquinada, llena de turistas, de tiendas y boutiques, de sonidos de maracas, claves y guitarras, de pinturas de almendrones, de tumultos, de libros usados y de agua de coco, de viejos en guayabera, de carruajes antiguos (cooperativas de transporte modernas);  y la segunda, callada, de calles sucias, atravesada por ómnibus desbordados de almas, de fachadas maquilladas y en estática milagrosa, de frituras, de tamales, de sudores y piropos, de visitas de todos los papas que han venido a la Isla.

La Habana tiene, por último, a su malecón. El lugar del que hablan todos los boleros y a donde van a parar los pasos perdidos, el sofá gigante, que no es ni público (hay zonas donde no se puede pescar, no se puede bañar, no se puede parquear bicicletas), ni privado (las personas igual pescan, igual se bañan, igual parquean bicicletas), que tiene partes muy viejas y otras retocadas con cemento y arte, lugar de decisiones y propuestas. El único lugar donde confluyen todas las Habanas, después de andar, para descansar.

Texto: Yerisleidis Menéndez / PanamericanWorld – La Habana