Haití suele ser asociado con terremotos, epidemias, huracanes y dictaduras; pero tiempo atrás este territorio caribeño fue un destino turístico privilegiado y ahora trata de rescatar esa tradición.

Datos del Ministerio de Turismo de Haití indican que un millón de personas por año visitan el país, muchos de ellos en cruceros. Se sabe que varias cadenas hoteleras están construyendo nuevos establecimientos y las compañías navieras tienen planes para hacer puertos y complejos turísticos propios -como en el norte, en Isla de la Tortuga- o mejorar los que ya existen, como en Coco Plage, cerca de Labadie, en el sur.

Un refrán haitiano, que podría aplicarse al turismo, dice: “poco a poco, el pájaro arma su nido”. Al menos desde 2013, cuando aterrizaron en Port-au-Prince los primeros grupos de turistas de Canadá, el país entró en el radar de los medios especializados, desde Travel Channel hasta Condé Nast Traveler, entre otros. En 2013 el escritor Paul Clammer publicó en la renombrada editorial inglesa Bradt una guía actualizada de Haití, reeditada en 2017. Es todo un indicador, ya que no se publicaban guías sobre el país al menos desde la década de 1980.

UN POCO DE HISTORIA Y GEOGRAFÍA

Para los indios tainos, pueblos originarios de la gran isla de Santo Domingo donde Colón desembarcó en 1492, Haití era la palabra que designaba una “tierra de altas montañas”. El país tiene el tamaño de Bélgica y más de diez millones de habitantes. Otros tres millones más viven repartidos en la diáspora haitiana en Estados Unidos, Francia y Canadá.

«Detrás de cada montaña hay otra», dicen los haitianos. Cuatro cadenas de montañas atraviesan el país, el Pic la Selle (2.674 metros) es la más alta. La actividad sísmica no es nueva, ya la comentaba el diplomático inglés Charles MacKenzie en sus «Notas sobre Haití», de 1830. En los valles, como el del río Artibonite en el centro del país -o en Les Cayes, al sur- los campesinos de hoy cultivan café, arroz, mango y caña de azúcar. En esta geografía no faltan islas, como Tortuga, Gonave y la Ile-a-Vache.

Se sabe, desde 1492 los conquistadores españoles colonizaron el este de la isla de Santo Domingo, allí nació la actual República Dominicana. Un tratado de paz entregó en 1697 el oeste de la isla a los franceses. Ellos crearon la colonia de Saint Domingue, que hacia el año 1790 era la más rica del Caribe por su producción de azúcar, tabaco y café. La colonia funcionaba con el trabajo de medio millón de esclavos africanos. Esos esclavos tomaron al pie de la letra la declaración de los derechos del hombre proclamados por la Revolución Francesa de 1789 y se rebelaron. Finalmente, luego de derrotar a las tropas enviadas por Napoleón Bonaparte, en 1804 ellos crearon la primera república negra de América, un nuevo país independiente. Las huellas de esa historia atraviesan el paisaje y la cultura haitiana hasta hoy.

ENTRE CASTILLOS Y PLAYAS

La fortaleza militar de la Citadelle, construida en 1820 por orden del líder negro Henri Christophe sobre una montaña, pero también las ruinas del palacio Sans Souci -una versión tropical de Versailles- inspiraron al escritor cubano Alejo Carpentier su famosa novela “El reino de este mundo”. Por decisión de la Unesco, el lugar es desde 1982 patrimonio de la humanidad. Está en un parque nacional, cita ineludible para los turistas que llegan a Cap Haitien, la segunda ciudad del país, en el norte. Aún más al noroeste, en Mole-Saint-Nicolas, que fue uno de los sitios donde desembarcó Colón en 1492 y donde en 1798 se rindieron tropas inglesas ante el líder negro Toussaint Louverture, se conserva una línea de fortalezas militares ubicadas entre playas caribeñas de postal. Allí se construyen ahora varios hoteles.

DE PASEO EN LA CAPITAL

¿Qué hacían los viajeros que desembarcaban en Port-au-Prince hace no tantos años? El escritor inglés Graham Greene se alojaba en el mítico hotel Oloffson, una vieja mansión de 1887 de estilo “gingerbread house”, así lo definían hace años los turistas estadounidenses.

El hotel aún sigue en pie, igual que otras casonas -que parecen de cuento de hadas- construidas en madera tallada, hierro forjado y ladrillos hace más de cien años en Bois Verna, Pacot y Turgeau, entre otros barrios de la capital haitiana. Muchas de ellas sobrevivieron al terremoto de 2010 y ahora, apreciadas como un patrimonio local, se están restaurando con apoyo europeo. Estas mansiones abundan en la Avenue Lamartiniere, en Bois Verna. Y siempre es posible detenerse a tomar algo en la veranda del hotel Oloffson, donde Greene escribió su novela “Los comediantes”, ambientada en la época de la dictadura de Duvalier.

La elegante Petionville, ubicada en las alturas montañosas que rodean a Port-au-Prince, abunda en restaurantes, hoteles de alta gama y buenas galerías de arte. Pero los conocedores saben que las mejores vistas están en la ruidosa capital. Sí, en Port-au-Prince, «la Ville», no faltan embotellamientos de tránsito y sí, la miseria convive con la belleza. No se puede obviar un paseo capitalino por el Champ de Mars, donde estaba el Palacio Nacional derrumbado en 2010. Hoy es el espacio abierto más grande de la ciudad, allí está el Museo de Arte Haitiano: el país es célebre también por la pintura «naif» que fascinaba a André Breton y André Malraux, entre otros. Por allí, entre estatuas dedicadas a los fundadores del país, está el Museo del Panteón Nacional, que cuenta la historia del país y donde puede verse de todo, desde las cartas de los líderes negros de 1804 hasta el bastón de Papa Doc Duvalier y el ancla de la «Santa María», una de las carabelas de Colón.

Hoy como ayer, en Port-au-Prince los turistas van a ver el “Marché en Fer”, una imponente estructura de hierro y estilo morisco. El mercado original era de 1891 y el terremoto de 2010 lo destruyó, pero fue reconstruido. En una de sus enormes salas, abundan las frutas y carnes. En otra, se venden óleos de pintores «naif» haitianos y artesanías en hierro y madera de caoba. También se consiguen elementos para el culto vudú, desde banderas e imágenes hasta botellas de perfume.

CULTURA HAITIANA, VUDÚ Y CARNAVAL

Habría que dejar a un lado los clichés de Hollywood cuando se habla de la religión vudú. Es una parte esencial de la cultura haitiana, lo mismo que la lengua “creole”, hablada por millones de personas. Los templos vudú pintados en colores brillantes y con la imagen de un «Iua» -uno de los santos de esta religión- abundan en todos los rincones del país. Aquellos turistas que así lo deseen pueden participar de ceremonias vudú: una botella de ron es a veces el precio de la entrada. El festival vudú más popular ocurre en noviembre, es la “Fete Gede”, dedicada a los muertos. Los fieles del Baron Samedi, uno de los «luas» del panteón vudú, beben ron y bailan en los cementerios, para celebrar la vida y recordar a sus seres queridos.

Haití es un país pequeño pero muy rico culturalmente. En febrero, el carnaval atrae a muchos turistas. El más espectacular por sus disfraces es el carnaval de Jacmel, antiguo puerto cafetero en el sur haitiano. Allí la notable arquitectura colonial de estilo francés sorprenderá a más de uno. Jacmel también es célebre por sus artesanías, por caso, las figuras «en papier maché». Cerca de Jacmel están las cascadas de Bassin Bleu, también hay playas de postal en la vecina Port Salut.

En fin, en las afueras de Port-au-Prince, hacia Tabarre, está el Parque Histórico de la Caña de Azúcar, situado en lo que fue una plantación francesa del año 1700. Aquí se cuenta la dura historia del azúcar haitiano y se pueden ver las maquinarias del ingenio azucarero creado en 1901. Hoy las instalaciones son también la sede del festival de jazza de Port-au-Prince. En este paseo, no faltará quien recuerde que el padre del escritor Alexandre Dumas -el famoso autor de «Los tres mosqueteros»- nació en Haití. Era hijo de una esclava y un aristócrata francés y llegaría a ser uno de los generales favorecidos por Napoleón, al menos por un tiempo.