En Colombia se encuentra un hotel que, además de hermoso y bien situado, tiene como principal atractivo un halo de misterio, drama y muerte. Se trata de El Refugio del Salto de Tequendama, un hospedaje que se levanta en las afuera de Bogotá y que congregó en los años 20 a los personajes de la elite colombiana. Una vez cerrado como hotel, funcionó como terminal de ferrocarril, restaurante y como museo.

Hace dos años se concretó su reapertura, por estar ubicado en un lugar único: una cascada de 157 metros sobre un abismo rocoso, el sitio preferido de los suicidas. A cada alma que ha recorrido los 157 metros en caída libre se le debe, entonces, la leyenda de fantasmas que acechan los pasillos con gritos desgarradores.

La casa fue construida en 1923 e inaugurada en 1927 por una firma alemana. Se cree que fue obra del arquitecto Carlos Arturo Tapias. Su primer uso fue como estación terminal del ferrocarril del sur, que tenía una parada en El Salto del Tequendama.

Siempre fue una casa aristocrática de estilo francés, a donde solo ingresaba la primera clase de la élite capitalina. Todavía hay una baranda del mirador original. La gente se bajaba del tren y llegaba a pie. Desde el punto de vista de la ingeniería, la casa es inusitada, porque se hizo en una época en la que no había vías de acceso fácil al lugar. Fue hecha en un precipicio. Eso, para la época es sorprendente. Hace 85 años no teníamos ni maquinaria ni carreteras, comenta Blanco.

Debido a la masiva visita de personas, se decidió que la construcción se convirtiera en hotel y así se inauguró. Sus visitantes eran la élite capitalina y personalidades de todo el país.

Eran 1.480 metros cuadrados de construcción, cinco niveles, dos sótanos, dos pisos principales y el altillo y mil leyendas que comenzaron a tejerse alrededor del lugar. Como hotel, funcionó hasta mediados de los años 50. Lo que vino a continuación fue que el Ministerio de Obras Públicas, entonces dueño de la casa y de todas las estaciones del tren, decidió venderle esta a un particular.  A partir de ese momento, la construcción ha sido ocupada por varios dueños, incluida la Corporación Nacional de Turismo, que no la tuvo por mucho tiempo. «Ahí comenzó el degeneramiento de la casa. También por la contaminación del río. Por eso creemos que la casa puede jalonar su recuperación. Es una manera de convocar», sostiene Blanco.

En 1979, el señor Roberto Arias la compró para convertirla en un restaurante, que funcionó hasta 1986, pero razones personales lo hicieron abandonar el país y, con ello, el abandono cayó sobre la edificación.  Historias de fantasmas que asustan en la noche, personas que se emborrachan para luego saltar a la profundidad del abismo, han hecho de la casa también un símbolo muy bogotano del terror, al mejor estilo gótico.

Hoy, ni el Gobierno Nacional ni el Distrito, ni el Municipio de Soacha ni la Gobernación de Cundinamarca se han apersonado de la recuperación. Ni siquiera ha sido declarada patrimonio arquitectónico.

«Por eso, hoy, la única esperanza de este lugar es que las empresas y el Gobierno se unan a la causa de la fundación. Nos han dicho que aquí huele a feo y que quien va a querer venir acá. Incluso, que pasemos un plan para recuperar el río. No se imaginan lo que dicen los extranjeros cuando vienen ni el potencial que tiene», asegura Blanco.

Esta fundación comenzó a trabajar en el entorno, en una reserva ambiental, en 1994. La casa fue adquirida apenas el año pasado, gracias a una gestión de cinco años para lograr convencer al último dueño. «Un parto de quintillizos», es como Blanco describe el proceso de recuperación. Para que pusieran la luz, los creadores del proyecto tuvieron que esperar 18 meses. La Casa Museo Salto del Tequendama, Biodiversidad y Cultura espera llegar a ser una realidad total en pocos años.