Roberto Clemente es considerado el mejor pelotero latinoamericano que ha jugado en Grandes Ligas. Su poder ofensivo era extraordinario y, gracias a esto, ganó cuatro títulos de bateo en las Mayores; además, defendía muy bien el jardín derecho y por eso lo premiaron en 12 ocasiones con el “Guante de Oro”.

Durante 18 años, el número 21 de los Piratas de Pittsburgh maravilló al universo beisbolero. Poco importaron los ataques que la prensa constantemente dirigía en su contra, porque Clemente no tenía pelos en la lengua y criticaba la discriminación que recibían los latinos en Estados Unidos. En la noche del 31 de diciembre de 1972, Roberto decidió partir hacia Managua, la capital de Nicaragua, para llevar ayuda humanitaria a un pueblo que había sufrido un devastador terremoto que provocó más de 10 mil muertes. El avión de Clemente nunca llegó a su destino final, porque cayó al Mar Caribe.

Clemente marcó una época en Grandes Ligas. Su peculiar estilo de bateo y su formidable defensa del jardín derecho lo convirtieron en un ídolo deportivo, no solo en Puerto Rico, donde fue elegido el atleta del siglo XX, sino también en toda Latinoamérica; aunque la carrera del “Cometa de Carolina”, como le decían, porque ese fue su lugar de nacimiento, pasó por momentos muy complicados.

El boricua sufrió muy de cerca la discriminación por el color de su piel, en un período en el que, supuestamente, se había superado la barrera racial en las Mayores; sin embargo, persistía el racismo. Su actitud contestataria, en defensa de los peloteros latinoamericanos, no fue bien vista por algunos dueños, directivos y periodistas; pero hoy se le recuerda como uno de los hombres que más luchó por la igualdad de derechos y oportunidades para los jugadores de origen latino.

Clemente jugó toda su carrera con los Piratas de Pittsburgh, en la Liga Nacional. Cuando debutó, en 1955, ese era uno de los equipos más mediocres del campeonato. En apenas seis años, el boricua cambió la historia y lideró a los Piratas hasta el título de la Serie Mundial de 1960, al derrotar a los Yankees de Nueva York, en siete desafíos. Clemente fue el líder, ya que bateó al menos un imparable en todos los encuentros y concluyó con promedio de 300, aunque no pudo conectar un cuadrangular.

La segunda participación de Clemente en la Serie Mundial fue espectacular. En 1971, los Piratas enfrentaron a los Orioles de Baltimore y Clemente fue indetenible, al lograr un promedio ofensivo de 414. Su equipo ganó el “Clásico de Otoño”, en siete desafíos, y los directivos de Grandes Ligas determinaron, unánimemente, que él había sido el Jugador Más Valioso de la Serie.

Clemente siempre quiso mantener el vínculo con Puerto Rico y por eso trató siempre de jugar en la Liga invernal. En 1972, después de batear su hit número 3000, en el último partido de la temporada regular de las Mayores, Roberto partió hacia San Juan, con el objetivo de dirigir a la selección nacional que intervendría en el Campeonato mundial amateur, en Nicaragua.

Las cosas salieron bien para Puerto Rico en aquel certamen, porque de 15 partidos efectuados, el equipo ganó nueve y finalizó en la sexta posición. El certamen concluyó el 3 de diciembre y, veinte días más tarde, un terremoto casi borró de la faz de la Tierra a Managua. Hubo 10 mil muertos y decenas de miles de damnificados. Al conocer la noticia, Clemente pidió ayuda a los puertorriqueños y, en pocos días, preparó un cargamento, compuesto por varias toneladas de alimentos y medicamentos.

El 31 de diciembre de 1972 todo estaba listo para la partida del avión DC7. El jugador insistió en entregar personalmente el contenido. Su esposa, Vera Zabala, le rogó que no se subiera a la aeronave y, ante esa petición, Clemente respondió: “si vas a morir, morirás”.

A las 9 y 23 de la noche, el DC7 en que viajaba la estrella boricua cayó al mar, por causa del sobrepeso. Los equipos de rescate trabajaron durante algún tiempo, pero solo pudieron devolverle a Zabala el maletín de mano que apenas unas horas antes ella le había preparado a su esposo.

La desaparición del brillante pelotero conmocionó al mundo del béisbol. En 1973, de forma excepcional, Clemente fue exaltado al Salón de la Fama, en Cooperstown y se convirtió en el primer latinoamericano que ingresó en el llamado “Templo de los Inmortales”. Los números de Clemente fueron formidables: en 18 temporadas en las Mayores promedió para 317, conectó 240 cuadrangulares e impulsó 1305 carreras; además, ganó en cuatro oportunidades el título de bateo de la Liga Nacional, participó en 12 Juegos de Estrellas y recibió 12 “Guantes de Oro”.

El mismo día de su entrada a Cooperstown, las Mayores decidieron instituir el “Premio Roberto Clemente” que se otorga cada año al pelotero que realiza más labores destacadas en el deporte y en la comunidad. Los puertorriqueños eligieron a Roberto como su atleta del siglo XX y, 45 años después de su desaparición en las aguas del Mar Caribe, el recuerdo de este genial jugador continúa vivo.